El sol de media tarde me
despierta poco a poco. Estaba tirada en un suelo húmedo y arenoso. Abro los
ojos desorientada, me llevo la mano a la sien asqueada por los restos de un
fuerte dolor de cabeza. Me encontraba en el cementerio, apoyada en una de las
múltiples lápidas que hay a mí alrededor. Intento recordar cómo demonios he llegado aquí,
pero mi mente se niega a cooperar. Cuando el dolor amaina me levanto y salgo
del cementerio con paso inseguro.
Llego a casa e intento relajarme
para que los recuerdos vuelvan a fluir por mi mente. El agua caliente de la
ducha me adormece y consigo ver a una niña de rizos rubios y ojos azules con un
bonito vestido blanco, Luna. No entiendo que ha pasado esta mañana con ella,
pero un fuerte sentimiento de angustia me oprime el estomago. Decido dejarlo
estar, quizá fuese simplemente un sueño. Me dirijo a mi cuarto saltando entre
cajas y objetos varios que mi madre ha sacado mientras ordenaba el trastero. Sin
embargo, uno de aquellos bártulos me llama la atención. Es un pequeño baúl
tallado en madera con pegatinas y dibujos. Me arrodillo ante el acariciándolo.
Recuerdo perfectamente a mi padre tallándolo cuidadosamente y ayudándome a
pintarlo de diferentes colores, que antes eran vivos y hermosos y ahora el
polvo y el tiempo los habían marchitado.
Lo abro, picada por la
curiosidad, y lo primero que veo me deja paralizada en medio del pasillo. Una foto
dónde salgo yo, con unos seis años, el pelo negro cayéndome en los ojos y
abrazando fuertemente a una niña de cabellos rubios que creía haber soñado.
Luna y yo salimos sonrientes y despreocupadas delante de un parque que apenas
recuerdo.
La cabeza empieza a dolerme de
golpe. Me llevo las manos a la sien, pero es tan fuerte el dolor que no puedo
evitar gritar. No soy consciente de lo que pasa a mí alrededor, abro los ojos y
no estoy en mi piso, sino en el parque de la foto con Luna, en los columpios
corriendo, jugando con la arena, escondidas en una pequeña cabaña. Grito porque
los recuerdos me abrasan la mente, no entiendo de dónde han salido, ni porque
me hacen tanto daño, pero pese a todo, me aferro a ellos como si fuesen un
clavo ardiendo.
Finalmente vuelvo a la realidad
tan de prisa como he salido. Mi madre y mi hermano están a mi lado blancos como
el papel y con la preocupación tatuada en los ojos. Parpadeo un segundo y
decido no comentar nada de lo ocurrido en mi mente y me invento una escusa para
huir a mi habitación. Me meto en la cama sin desvestirme y caigo rendida al
instante. Sueños que confundo con recuerdos me atacan durante toda la noche. Por
la mañana me despierto desorientada y tardo unos minutos en ubicarme. Me levanto
y decido ir al parque que salía en la fotografía que vi ayer. Me visto y
desayuno en menos de media hora, y en vez de coger el autobús para ir a la universidad
sigo caminando calle abajo. Finalmente llego a mi destino y me siento en un
banco a fumarme un cigarrillo mientras sigo recordando momentos fugaces con
Luna. Sé que está a mi lado porque la oigo mascar un chicle frenéticamente.
- Hola.- le digo apagando el
cigarro y mirándola. Me esperaba a la niña de seis años, pero lo que veo me
sorprende durante un instante. Luna ha crecido, su cabello, antes largo, ahora
le llega justo por debajo de las orejas haciendo que sus perfectos rizos se
multipliquen, ya no lleva aquel bonito vestido blanco, sino una sudadera azul,
a conjunto con sus ojos, y unos tejanos negros, acompañados de unas cómodas
bambas.- me gusta tu nuevo look.- le digo sonriendo, pues no sé si creer que me
estoy volviendo loca o simplemente que sigo soñando.
- Está inspirado en ti.- me dice
haciendo una gran pompa con el chicle.- Siempre vestías así cuando entramos en
el instituto.
- Dime.- le interrumpo.- ¿Por qué
no consigo recordarte?
Ella ríe y sigue haciendo el
tonto con el chicle hasta que me canso y le peto con la mano una de las pompas.
- Eso.- empieza limpiándose la
cara.- es otra de las cosas que siempre hacías.- De repente se levanta y
empieza a caminar por el parque despreocupada.
- No has contestado a mi
pregunta.- le digo siguiéndola.- ¿De qué me conoces?
- De toda la vida.- me aclara
mientras mantiene el equilibrio en una baranda.- des de que éramos niñas que
hemos estado juntas, hasta que me morí claro.
Su afirmación simple, seca,
directa, me pilla por sorpresa y me quedo parada delante suyo con la boca medio
abierta asimilando sus palabras. Luna estaba muerta y yo, curiosamente, la
tenía delante, columpiándose alegremente, indiferente a la impresión que me
había causado.
- No se porque te sorprendes.- me
dice mientras salta de columpio elevándose varios metros.- Deberías recordarlo,
tú estabas allí.
- Yo…- empiezo a balbucear
intentando decir algo coherente, pero el dolor de cabeza, que empieza a ser
habitual, me invade y lo único que soy capaz de decir es un leve “no puedo”.
Ella se acerca a mí, que me he
quedado hecha un ovillo, agarrándome las rodillas para no perder el sentido de
la realidad, mordiéndome los labios para no gritar. Me abraza y me acaricia el
pelo dulcemente, me consuela con su voz suave y pausada.
- Lo siento.- me dice
enjuagándome las lágrimas.- pero es necesario que los recuerdos vuelvan
- Me hace daño.- digo con voz
ahogada como si fuera un gemido de la niña asustada que algún día fui.- No
puedo hacerlo.- repito balanceándome sobre mi misma como si estuviera loca,
que, quizá, es lo que me está pasando.
- Laura.- me llama Luna.- no
dejes que te hagan olvidarme.
El dolor aumenta y esta vez no
puedo evitar gritar hasta quedarme sin voz, chillar hasta que, otra vez en
menos de veinticuatro horas, pierdo el conocimiento.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario