Perdida por la oscuridad vagaba una chica de pelo castaño y
mirada extraviada. Según los espíritus de la noche, se llamaba Laura y había
ido a parar allí buscando los trocitos de alma que otros se habían encargado de
romper, también se contaba que sus ojos habían perdido su color, que lo único
que quedaba de ellos eran mareas de odio y rabia contenida. Poco a poco hasta
los espíritus más antiguos de la región empezaron a temerle, su aura se había
convertido en la más oscura de todos ellos, a veces, muchos pensaban que ella
no quería salir de allí, aquello eran sus dominios, se había convertido en la
reina de la oscuridad.
Se hacía llamar Ángel de la noche, y aunque muchos querían
servirla, ella viajaba de por libre entre sus terrenos. Toda alma que allí
entraba se acababa encontrando con ella, pero nadie, jamás supo ver más allá de
sus ojos llenos de odio, su aura oscura y sus palabras enrevesadas, llenas de
símiles y muerte. Sin embargo ella,
salía a buscar su alma perdida y lloraba lágrimas negras, lloraba por sus recuerdos,
por su vida perdida, por todo lo que hubiese podido ser de ella y jamás será, por todo lo que había
decidido dejar atrás al convertirse en ángel.
Y es que sí, a Laura le habían salido alas, un par de oscuras
y negras alas que le habían crecido en la espalda en uno de sus viajes. Había
sido una jornada muy larga, ya llevaba bastantes meses vagando por la
oscuridad, pero aún le quedaban recovecos sin explorar, donde quizás estuviera
escondida alguna parte de su alma. Uno de esos lugares eran las estepas
demoníacas. Se decía que allí vivían los espíritus que más habían sufrido,
aquellos que la vida les había pateado por todos lados. Laura llegó allí
confiada en que parte de su alma debía estar por ese reino, así que se adentro
en él sin dudarlo.
Quizá estaba predestinada a encontrarse con ella, pero muchos
piensan que si no hubiese ido a las estepas, jamás se la hubiese encontrado,
otros decían que lo que estaba buscando no era su alma, sino a ella. La muerte,
fue quien la recibió con los brazos abiertos, la convirtió en su discípula, y
eso que ella solo escogía un aprendiz cada milenio, pero Laura tenía todas las
cualidades para aprender las viejas artes de la oscuridad. Así fue como se
sometió a largos recorridos por sus recuerdos, se enfrentó a sus miedos más
profundos, vivió en sus carnes la desesperación más pura, aprendió a controlar
sus emociones, a no experimentar sentimiento alguno, a alimentarse del dolor y
el odio que recorrían sus venas. Cuando se marchó la muerte estaba tan
orgullosa de ella que le concedió el privilegio de convertirse en un nuevo
ángel negro.
Largas conversaciones tenía Laura con la muerte, hablaban y
hablaban sobre la crueldad, sobre la vida, sobre el pasado, el presente y el
futuro, hasta que un día Laura le preguntó a su maestra como había llegado a
convertirse en la mismísima muerte. Ella se alteró y se removió en su sillón,
aunque los mortales no pudieran verla, la chica veía a la muerte tal y como
era, una mujer de largos cabellos negros y tez pálida, grandes ojos rojos, en
su piel no se apreciaba ningún tipo de marca, parecía más bien una superficie
marmórea, sin vida. La muerte en aquel momento le recordaba más humana que una
diosa de la destrucción y la desgracia. Laura se levantó y se fue para jamás
volver, comprendió en aquel momento que la muerte se hacía vieja, que empezaba
a recobrar aquella sensibilidad que con tanto esfuerzo había aprendido a
olvidar, la muerte se estaba permitiendo volver a recordad la vida que
una vez tuvo.
Des de entonces no se volvieron a ver, y Laura volvió a su
antigua tarea, siguió buscando su alma por todo el reino, pero jamás la
encontró. A veces sentía que la observaban des de lejos, que alguien la
vigilaba, pero cada vez que notaba aquella presencia extraña sacudía la cabeza
aturdida y continuaba volando. Sabía, que más allá, en el mundo real la Laura
humana seguía viva, pues se sentía incompleta, sin embargo, cada día que pasaba
sabia que la Laura que estaba por el mundo de arriba se iba rindiendo poco a
poco, y que no tardaría en dejarse llevar completamente por su lado más oscuro
y escondido de su corazón, es decir el ángel de la noche.
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