lunes, 5 de noviembre de 2012

Estancada

Busco la infinidad en cada palabra, busco sentirme libre cuando el mundo se disponga bajo mis pies, quiero aprender a volar sin la necesidad de alas, porque no las tengo, se me rompieron viajando al infierno. Volví de la muerte con más fuerza pero parece que se me acaban las pilas. Cuando todo va bien, cuando parece que nada puede romperte, algo llega y te deja arrastrándote en el fondo de la oscuridad, de donde nunca tuviste que salir.
Navegas por un mar de extrañas muertes, te sientes sola aunque sabes perfectamente que no lo estás. Tan solo quieres ser tú misma en un mundo donde eso, parece estar mal visto. Buscaba desahogarme en algo más que palabras, pero me ahogo en lágrimas sin sentido. Persigue tus sueños, me dijeron una vez, ¿y que pasa cuando los sueños son demasiado inalcanzables? Eso no sale en los libros de los que me he estado alimentado, eso no sale en las películas que he visto. ¿Donde está la promesa de un futuro mejor?
No logro entender el mundo, tampoco a mi misma, no sé lo que me falta ni tampoco lo que quiero, pero me quejo, porque es mi única manera de despertar de las pesadillas. Te abrazas a ala almohada y te preguntas que coño estás haciendo con la vida que se te ha dado y nunca sabes que contestar por muchas veces que te lo cuestiones. Después sigues con tus dudas, ¿Porque no eres feliz cuando lo tienes todo? Te ahogas en ti misma, quizá por propia inercia o simplemente por estupidez. 
La vida sigue después de todo, te adaptas a ella y cuando tienes arrugas en al cara te dices "Esto era lo mejor, aquel sueño nunca se hubiese hecho realidad" y mueres habiendo pasado por la vida como una alma en pena. 

lunes, 29 de octubre de 2012

Susurro en sueños tu nombre.

Apartas la mirada. 
Te sudan las manos.
Cierras los ojos.
Respiras.
"Mírame" te susurro. "Estoy aquí".
Agachas la cabeza y la apoyas en mi hombro, no dices nada, dejas que te acaricie el pelo.
"¿Porque eres tan buena conmigo?" Preguntas escondida entre los pliegues de mi sudadera.
"Porque te quiero" Respondo yo sonriendo "Y eso no va a cambiar" 
Te apartas pero sigues sin mirarme. 
Humedeces tus labios, te los muerdes, sonríes tímidamente.
Levantas la vista.
Tus ojos... Los veo brillar con intensidad. 
Abres la boca, quieres decir algo, las palabras no te salen.
"No tienes porque decir nada" suavizo yo. 
"Quiero decirlo" me contestas tú, no noto ese cadente temblor en tu voz, esta vez, es diferente. 
Mi vista se va al suelo, aunque yo parezca fuerte a veces no lo soy. 
"Mírame" me susurras "Estoy aquí"
Mis ojos... Por ti ellos sonríen otra vez.
"Te quiero" me dices entre susurros. 
Te acercas, me besas, capturo el momento en mi mente.
Al fin y al cabo, tan solo es sueño...

lunes, 22 de octubre de 2012

Buenos días

Me desperté un tanto desorientada. No estaba en mi cama, tampoco en mi casa. Me giré pero a mi lado no había nadie. Levanté un poco la cabeza esperando verla a mi alrededor, sin embargo parecía que nunca hubiese estado allí. "No lo he soñado" me dije a mi misma frotándome los ojos. Entonces me di cuenta de que me encontraba en su habitación. Aquella estancia destartalada, la silla llena de ropa, el escritorio desordenado con hojas a medio escribir dobladas por todas partes, así como un ejército de bolígrafos situados estratégicamente por toda la mesa. Sin duda aquello no podía ser otra que su habitación. 
Después de situarme, decidí salir al comedor envuelta en la manta que nos había tapado a las dos aquella noche. Todavía podía sentir su esencia entre los pliegues. Abrí la puerta de la habitación, pero tampoco te encontré en el sofá tal y como esperaba. Sin embargo oí como alguien se movía en la cocina y me dirigí hacía allí cada vez más impaciente. De espaldas a la puerta con una taza entre las manos, el pelo castaño completamente revuelto, estaba la persona que quería. No pude evitar acercarme y abrazarla por detrás apoyando mi cabeza en la sudadera holgada que se había puesto.
- Pensaba que no despertarías nunca .- dijo mientras se giraba para darme un dulce beso.- Buenos días.
- Tus labios saben a café.- comenté inocentemente mientras me los mordía un tanto tímida. 
- Te he preparado una taza.- alargó el brazo y la cogió acercándomela, después le puso un par de cucharadas de azúcar y me la dio.- Ves con cuidado, todavía está caliente.- Asentí agradecida y le di un sorbo.
Me acurruqué entre sus brazos enrollada en la manta y aguantando la taza como podía. Ella pasó su brazo por mi hombro rodeándome completamente. Le dio un largo trago a su café y me besó el pelo con cuidado. "Te quiero" dijo acercando sus labios a mi oído, después mordió con cuidado el lóbulo de mi oreja haciéndome temblar de arriba a abajo. Me giré y me puse de puntillas para besarla "Yo también te quiero" le dije sonriendo ampliamente. 


Esta imagen me inspira. Tú me inspiras. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Ovejas negras

"En un pequeño rebaño de ovejas existía una que era completamente negra, a diferencia de las otras, que tenían un perfecto pelaje blanquecino. El pastor, asqueado porque no podía aprovechar la lana, pensó en sacrificarla, sin embargo, su hijo menor se había encariñado con el animal así que le perdonó la vida. Pero el rebaño no aceptaba a la pobre oveja. Su aspecto diferente las ponía nerviosas y preferían dejarla apartada del círculo. En verano siempre era la oveja negra la que se quedaba sin sombra, a la hora de comer, tenía que conformarse con el trozo de pasto más mal cuidado. Los hijos mayores del pastor solían maltratar al animal, le tiraban piedras y palos, le ataban las patas para que no pudiera andar, le arrancaban trozos de pelaje...
El hijo menor sin embargo, siempre llegaba al rescate, curaba las heridas que pudiera tener y se la llevaba a descansar en un pequeño prado apartado de los demás. La oveja negra quería mucho a aquel niño, él era diferente, como ella misma. Pasaron los años y la situación no cambió, incluso cuando los hermanos mayores empezaron a estar menos tiempo en la granja, lo primero que hacían al volver era perseguir a la oveja negra. El rebaño seguía sin aceptarla, incluso su propia madre la ignoraba completamente. 
Llegó un día en que el niño que la había estado cuidando se hizo mayor y se fue a ver mundo separado de su familia. Fue en aquel momento en el que la oveja se quedó completamente sola y desprotegida, su vida se volvió un auténtico infierno. Así fue como, una mañana de invierno, la pequeña se dirigió al matadero que había al otro lado de la montaña y se quedó esperando en la puerta hasta que uno de los empleados la recogió. Sin ningún tipo de miramiento, el hombre la puso con todos los animales que debían matar aquel día"

Nunca he visto una oveja negra, y mucho menos creo que un animal muestre el comportamiento aquí narrado. Pero si cambiamos las ovejas por humanos, todo tiene mucho más sentido. 
La sociedad, ese rebaño de borregos sin cerebro ni personalidad que sigue a un pastor. Por otro lado, la oveja negra, esa persona que es diferente al resto. Quizá tan solo vista diferente a los demás, quizá sea homosexual, quizá sea un hombre o una mujer de color, quizá, simplemente, no quiere ser igual que todo el mundo. 
Sin embargo, vivimos en un mundo donde a las ovejas negras no se las puede dejar tranquilas, por el simple hecho de ser diferentes. El rebaño no la acepta, la aborrece porque les da miedo y como resultado, deciden maltratar al que es diferente a ellos. Insultos diarios que hacen que poco a poco la oveja negra odie ser como es, cuando en realidad debería sentirse orgullosa. Poco a poco aquella persona se va cerrando en si misma, intenta esconder aquellos que la hace única y al final acaba por convertirse en una más del rebaño. 
Hay veces en las que la pequeña oveja negra entra en una espiral de autodestrucción y odio que la lleva a hacerse daño a si misma, incluso a veces, cuando todo se hace insoportable, decide quitarse la vida.
Soy una oveja negra, conozco a otras ovejas negras, y después de muchos años y de pasar cosas que no les deseo a nadie, tan solo quiero decir que si tú también lo eres, no te escondas, sé tú mismo y siéntete orgulloso de ser como eres y quiérete. Y si, por lo contrario, perteneces al rebaño que se hace llamar sociedad, por favor, piénsatelo antes de insultar a alguien por no parecerse a ti, quizá seas tú la próxima oveja negra. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

La vida.

Una vez me dijeron que la vida era como una locomotora de vapor. Al principio no lo entendí, pero a medida que le daba vueltas al asunto empecé a encontrarle sentido. El carbón que ponía en movimiento nuestras vidas eran los sueños, pues con ellos alimentamos nuestras ganas de seguir adelante. Las vías por donde se mueve la locomotora eran los objetivos a corto plazo, cada nuevo tramo era una meta que debíamos conseguir para llegar a realizar nuestros sueños más profundos. A veces nuestra vida tiene momentos en que parece estancada, pues nos encontramos en una estación donde paramos a arreglar la locomotora, son esos días, meses o incluso años en que necesitamos pararnos para reordenar las cosas hasta encontrarnos listos para seguir avanzando. No viajamos solos, detrás nuestro tenemos diversos vagones llenos de pasajeros, todas aquellas personas que nos vamos encontrando en nuestro camino y que, por alguna razón desconocida, deciden subirse a nuestro tren. Sin embargo, estos pasajeros no son siempre los mismos, hay algunos que se bajan y nunca vuelven a subir, quizá porque no les ha gustado el viaje, otros que se despedirán, pero por suerte o por desgracia, acabarán volviendo, y finalmente, solo unos pocos, decidirán quedarse hasta el final del camino. Durante nuestro viaje la locomotora de vapor deberá superar diversos problemas, a veces se nos estropeará una rueda o nos podemos quedar sin carbón. Es por eso que algunos pasajeros vendrán en tu ayuda y te recordarán que a pesar de las adversidades, tienes que seguir avanzando. Finalmente, llegará un día en que la locomotora, ya vieja y estropeada decida no volver a funcionar, pues toda vida tiene un final aunque todavía le quede carbón con el que alimentarla.

La vida, sin duda, es como una pequeña locomotora de vapor. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Descarga.

Vivimos, como autómatas pretendiendo morir como héroes. Solo somos voces que nadie escucha, pequeños monstruos, parásitos en un mundo que nos dio la vida. Avanzas, como puedes, intentas no caerte pero a veces la gravedad de tus propios pensamientos te apuñala contra el suelo. Te deja allí, sin a penas fuerzas, mientras oyes a tus espaldas como tus propios demonios se ríen de ti. Patético. 
Le levantas, otra vez. Intentas seguir viviendo a pesar de todo, corres, sientes, disfrutas, incluso ríes, pero cuando llega la noche, vuelves a pudrirte en ti mismo. Lloras, gritas, fumas. La música es la única capaz de relajarte. La escuchas, armónica, paciente te hace sentir mejor. Aún así sigues perdido en un mundo que no entiendes, en unas normas que no quieres seguir. Te preguntas porque sigues vivo y la imagen de ciertas personas te viene a la mente. Suspiras. Por ellos. 
Pero el dolor que puede provocarte tu propia mente se hace cada vez mayor.  A penas duermes, comes para no preocupar a nadie, te fabricas una máscara con la más falsa de las sonrisas y sales a la calle con ella siempre puesta. Nunca te muestras tal y como eres, te escondes debajo de una armadura que no dejas que nadie atraviese, pero a veces te hundes, eres incapaz de mantener la compostura frente al mundo. Buscas desesperadamente un sitio donde sentirte aceptado y cuando lo encuentras, te das cuenta que en realidad no era tan difícil mostrarse tal y como uno es.
Pero las cosas siempre acaban torciéndose para ti, vuelven los insultos, te autodesprecias a ti mismo, te odias tanto que tan solo piensas en hacerte daño, y eso, salpica a la gente que quieres y sufren porque te ven el dolor grabado a fuego en los ojos. Ya no saben que demonios hacer contigo, algunos se van, otros siguen dándose cabezazos contra la pared de negativismo que tu mismo has creado, pero ninguno sabe como ayudarte. Y tú lloras, lloras porque no quieres hacerles daño y sin embargo con cada corte que escondes tras tu mangas es una puñalada para ellos.
Vives a medias, mueres, lentamente, entre susurros, desesperas, huyes, tropiezas y caes, te hundes en tu propio pozo de desesperanza y te quedas allí, simplemente porque te da miedo el mundo exterior. Eres como un pequeño monstruo nocturno y así vas a ser toda tu maldita vida. 

sábado, 6 de octubre de 2012

De visita

Caminaba nerviosa, el policía a mi lado me miraba inquisitivo. Me preguntaba que demonios debía estar pensando, en como sería ver las caras de familiares completamente destrozadas, de ver lágrimas caer por mejillas mil veces al día. Suponía que debía haberse convertido en una roca insensible que transportaba a al gente de una sala a otra sin ni tan solo pensar en lo que significaba todo aquello para ellos. Su trabajo era ese, no preocuparse por cada una de las almas que por allí pasaban. Debía ser imposible hacerlo teniendo en cuenta la cantidad de gente que pasaba día tras día, cada una con su propia historia.
Llegaron a un pasillo largo separado por una placa de vidrio con sus respectivas pequeñas cabinas y su característico teléfono colgando. Una a una, las personas que iban en fila tras de mi fueron sentándose frente a la respectiva persona que habían venido a visitar. Ella estaba la última. Cuando la vi allí sentada con el pelo castaño completamente lacio, sucio y desmejorado tapándole la cara, el alma se me cayó a los pies. Me senté y me la quedé mirando durante unos minutos. Debajo de la mortecina piel se podían notar los huesos, sus ojos a penas brillaban y las ojeras se le marcaban casi interminables. Cogió el auricular del teléfono y yo hice lo mismo. 
- Hola.- dijo con la voz apagada apartándose el pelo sucio de la cara.
- Hola.- le dije yo  intentando sonreír, pero su imagen me había dejado completamente congelada.
- ¿A que has venido? - me preguntó a duras penas.
- Quería verte por última vez.- hice una larga pausa, cogí aire y volví a hablar.- me marcho a Berlín, por trabajo. 
- ¿Vas a ir sola?- dijo ella cuando asumió lo que le había dicho.
- Voy con una amiga.- le contesté yo intentando sonar conciliadora.- Te echaré de menos.
- No lo creo.- me espetó ella casi con crueldad, pero en el fondo, notaba en aquel tono de voz, las ganas que tenía de salir de allí, de ser libre otra vez.
- Ya falta poco...- Posé mi mano en el vidrio. Ella se la quedó mirando y después de dudar durante un instante puso la suya en el mismo sitio que la mía. No pude evitar ponerme a llorar, pensando en todo lo que había tenido que pasar por algo que ella no había hecho. 
- Todo saldrá bien.- me dijo con suavidad sonriendo como podía. Era curioso que al final hubiese tenido que ser ella la que me consolase a mi y no a la inversa. 
El policía posó una mano sobre mi hombro, señalándome que se nos había acabado el tiempo. Me despedí como pude y volví a atravesar el pasillo, esta vez incapaz de aguantarme las lágrimas. Era tanta la diferencia de aquellos diez rostros ahora que salían de allí. Entraban aparentando fortaleza, no querían derrumbarse frente a las personas al otro lado del vidrio, por ellos. Pero al final, las emociones eran demasiado intensas como para dejarlas solo en una simple conversación amistosa, y el llanto aparecía en sus ojos como un torrente irrefrenable.
La enorme puerta se cerró detrás de mi. Un taxi me esperaba en la acera del frente, el que me iba a llevar al aeropuerto, el que me llevaría a mi nueva vida. Me giré una última vez antes de entrar y sonreí, algo dentro de mi me decía que todo acabaría por salir bien. 

martes, 2 de octubre de 2012

Tarde lluviosa.

La lluvia caía imparable y fría aquella tarde de domingo. Las gotitas repicaban constantes y rítmicas en mi ventana. Yo intentaba leer, pero mi mente vagaba por otros niveles más etéreos que las simples lineas de un libro cualquiera, ni me había fijado en el título. Me levanté de la cama mareada y medio dormida. Intenté desperezarme un poco estirando mis extremidades y me dirigí al armario, lo abrí y saqué una sudadera que me puse encima de la camiseta. Salí de la habitación, me puse unas bambas y salí a la calle, dejando que poco a poco la lluvia empezase a mojarme.
Como un bálsamo rebitalizante, el agua borró de mi piel los recuerdos, sanó mi cabeza de malos pensamientos, purgó de mi alma de aquello que me había estado atormentando noche tras noche. Me sentía mucho más tranquila caminando sin rumbo bajo la lluvia que no cerrada en mi casa dándole vueltas a todo. Seguí avanzando pataleando cada charco que me encontraba, esquivando los pocos paraguas que atravesaban la calle. Era libre en un mundo donde la libertad estaba fijada a un alto precio. 
Me apoyé en un árbol a descansar, pero sobre todo a observar. A mi alrededor tan solo quedaban las mesas de una terraza, en el suelo un paraguas olvidado por un dueño que debía haber salido sorprendido por la tormenta. A lo lejos los nubarrones negros se apelotonaban entre si cargados de agua y electricidad. Algo se movió a mi espalda, absorta mirando la lluvia caer no me di cuenta de que alguien me tapaba los ojos con cuidado.
- ¿Quien soy? - dijo una voz susurrándome al oído, pero yo, demasiado ofuscada en mi misma no estaba para juegos e intenté girarme para verla.
Cuando conseguí darme la vuelta, allí no había nadie, mi mente me había jugado una mala pasada, la lluvia era lo único que me rodeaba, y aquello había estado el reflejo de un deseo, el deseo de que tú estuvieras allí conmigo para protegerme del frío, para curar mis heridas.
Volví a casa abatida, me quité la sudadera y volví a tirarme en la cama. Cogí el móvil y vi que alguien me había enviado un mensaje, sin ni tan solo mirar quien era lo abro asqueada, no quería hablar con nadie. "Estabas preciosa bajo la lluvia esta tarde". Sorprendida miro el remitente. Tú, mi pequeña. Quizá no lo hubiese soñado... 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

26 de Setiembre

Suena el despertador. Otro año más, llega el 26 de Setiembre. Me giro, no estás, nunca estarás. Remoloneo en la cama durante un rato. 30 años de existencia y todavía siento que no he hecho nada bien en esta vida. Que poco van a cambiar las cosas si no cambio yo mismo de actitud. Me levanto, desayuno y me siento en el sofá. Tu ausencia es claramente palpable. Recuerdo como te tirabas a mi lado en el jardín, como veíamos las pequeñas nubes otoñales pasar por el cielo. Tu frágil corazón latía al mismo compás que el mío. Ahora ya no existía.
Decido salir a pasear a Bob, tu pequeño perro, aquel que rescaté de la lluvia tan solo unos meses después de empezar a vivir juntos. Él y yo, los únicos acompañantes en aquella fría noche de invierno en nuestra habitación. Te echa de menos, se lo noto en los ojos, aunque ya casi haya pasado un año, sigue esperándote a que vuelvas de trabajar, aunque no llegues nunca. 
Una fría llovizna nos cae encima. Me recuerda a aquellos días de primavera en los que salíamos a patalear charcos, a dejar que la lluvia nos calara hasta los huesos, volvíamos a ser niños por unas horas. Cuando vuelvo a casa veo una llamada de mi madre, supongo que quería felicitarme, sin embargo, apago el móvil y desconecto el teléfono fijo. No quiero que nadie me recuerde que pasa el tiempo.
Quizá si pudiera, si hubiese tenido el valor suficiente me hubiese ido contigo allí donde las almas vayan después de la muerte. Pero tú no querías eso, tú querías que viviera por ti todo aquellos que el cáncer no te dejó. Lo intento, créeme cuando te digo que lo intento, pero sin ti, ya pocas cosas tienen sentido en mi vida. Me tiro en la cama. Nunca había pasado un 26 de Setiembre tan triste.

19 años y tengo la sensación de llevar por lo menos 30 encima. 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Pensamientos Random

Inspiración, ¿Dónde estás cuando más te necesito? Maldita sea mi estampa, escribo una linea y en seguida la tengo que borrar porque no me parece digna ni de ser usada para alimentar una manada de perros rabiosos. Y me diréis "pero Laia, las palabras no se comen" ¿NO ME DIGAS? Estoy un tanto cabreada, será que estoy hasta las narices de que se pase el día nublado y no caiga ni una maldita gota. No, sinceramente, no creo que sea eso. 
Quería escribir alguno de mis típicos relatos cortos, pero no me sale nada potable. Pensé en inspirarme con alguna canción, pero eso aún es peor. Así que aquí estoy, poniendo lo primero que se me pasa por la cabeza. Ahora que he dicho eso, recuerdo que una profesora de mi instituto me dijo una vez que existía una técnica de escritura que consistía en poner lo primero que te pasara por la mente. Bueno, si lo miro des de esta perspectiva lo que estoy haciendo no me parece tan inútil.
"Light: ¿Que bebes L?
L: Coca Cola, light *Badum pss*"
Lo siento, tenía que ponerlo.
Esta entrada se va a acabar convirtiendo en una especie de "Pensamientos random de Laia" lo veo. En fin, al menos lo actualizo porque esto está bastante muerto. Mi producción literaria últimamente está por los suelos, y no es porque no tenga tiempo, porque tengo de sobras, sino porque no tengo ganas. Me pongo delante del ordenador y no me sale ni media palabra. Lo mismo cuando me pongo delante de una hoja en blanco. Todo lo que escribo me parece horrible, despreciable, asqueroso y un largo etcétera de adjetivos calificativos con el peor sentido que os podáis imaginar.
A veces pienso que soy incapaz de escribir porque tengo constantemente ciertas cosas en la cabeza. Si fuera capaz de dejar que mi mente se concentrara en la actividad creativa y no en tal u otro problema quizá me saldría algo potable. 
Si alguien me dice que Hayley Williams no es perfecta me lo cargo sin ningún miramiento e.e
Y con esto acabo esta retahíla de pensamientos sin sentido, realmente vomitivo.  
 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Alex y Marc

Quería aquel muñeco y lo quería ahora. Pero sus pequeños brazos de bebé no le permitían llegar hasta él. Alex empezó a llorar intentando reclamar la atención de su madre, sin embargo, ella estaba hablando por teléfono y no lo escuchó. O no quiso escucharle. El niño dejó de llorar, pero siguió intentando llegar hasta el muñeco, situado encima de la mesa del salón. Intentó ponerse de pie, pero sus piernas no le aguantaban aún.  Resignado, Alex se sentó otra vez cómodamente en el suelo, pero siguió mirando el muñeco, como si con el poder de su mirada pudiese acercarlo hasta él. 
De repente, el muñeco cayó de la mesa sin que nadie lo hubiese tocado. Alex se giró curioso. Primero vio su juguete en el suelo cuando antes estaba en la mesita. Luego levantó la cabeza, y sentado en el sofá había un chico que le sonreía. El bebé le devolvió la sonrisa y se acercó con cuidado al muñeco. Empezó a jugar con él, pero ya no le interesaba, prefería mirar a aquel chico tan grande que lo observaba. Se acercó a él con la intención de jugar, pero no estaba mucho por la labor. La madre de Alex apareció por la puerta y el chico se levantó del sofá con cuidado, alejándose poco a poco. El bebé empezó a llorar, pues no quería que él se fuera de su lado. 
Sin embargo, día tras día, Alex recibía la visita de aquel chico. Cada vez que aparecía lo recibía con una estruendosa risotada. Sus padres se alegraban al ver a su hijo tan contento, y no le daban mucha importancia a aquellas repentinas muestras de felicidad. Los años fueron pasando y el pequeño Alex aprendió a hablar. Cuando su soltura con las palabras empezó a ser aceptable intentó comunicarle a su madre la presencia de aquel chico. Sin embargo no supo como decirlo y ella le dio la razón como a los locos. 
Una tarde, cuando Alex tenía tres años, se encontraba en su habitación jugando con el chico. Él pensaba que era mágico, y por eso solo él podía verle. Nunca se había atrevido a hablar con aquella aparición, pero tenía la imperiosa necesidad de preguntarle su nombre. El chico le sonrió, como si hubiese podido leerle los pensamientos. Una voz grave pero suave a la vez resonó en su cabeza "mi nombre es Marc". Alex asintió y se esforzó en pensar otra cosa, para asegurarse de que su amigo de verdad podía oír sus elucubraciones. "Sí Alex, puedo saber lo que piensas en cada momento, así no hace falta que hables en voz alta conmigo, ¿lo entiendes?" el niño asintió con una sonrisa y siguió jugando.
Marc, aquella aparición que acompañaba a Alex a todos lados, pasó de ser un compañero de juegos a un protector en el colegio, pasando por un gran amigo y consejero. Con los años, Alex se preguntó si estaba loco, pues nadie excepto él podía ver aquel chico. A medida que iba creciendo se daba cuenta de las similitudes físicas que tenían los dos y una teoría empezó a formarse en su cabeza. Aún así, prefería no preguntarse demasiadas cosas sobre ese asunto y disfrutar de su compañía.
Había ciertas peculiaridades de Marc que Alex no soportaba. Por ejemplo, su incorporeidad. Él era la única persona que le había visto llorar, pero pese a ello nunca le pudo dar un abrazo sincero para calmar su llanto. Algunas veces Alex dejaba que su amigo lo poseyera para así poder volver a sentirse vivo. Era una sensación un tanto extraña, pues seguía sintiéndose él mismo pero era incapaz de controlar su cuerpo. Aunque realmente no le gustaba mucho, dejaba que lo hiciera porque era su amigo, el único amigo verdadero que tenía.
La madre de Alex, preocupada por la actitud solitaria de su hijo, decidió llevarlo al psicólogo. El chico fue sin rechistar y con cinco sesiones demostró a aquel hombre de larga barba que él estaba perfectamente cuerdo. Aún así, su madre insistía en que saliese más a la calle, que hiciese algún amigo, que, en definitiva, se comportara como un adolescente de su edad.
Pero Alex siguió viviendo la vida rodeado de libros, videojuegos, y música, sobre todo mucha música. Llegó el día de su decimoctavo cumpleaños. Aquella mañana Marc le pidió que salieran a la calle, y así lo hicieron. Caminaron lentamente hasta la carretera que salía del pueblo. Alex se sentó en una roca que tenía la forma perfecta para que él estuviera cómodo. Su amigo se puso delante suyo y lo miró fijamente. Su parecido era realmente considerable por aquellas alturas.
"Alex, ahora que ya tienes los 18 años, creo que es momento de que me vaya" resonó la voz de Marc en su cabeza.
- ¡¿Porque?!- exclamó Alex sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta "No quiero que te vayas, eres mi único amigo" 
"Ya no me necesitas, has crecido, ahora debes valerte por ti mismo, mi función en este mundo ha finalizado"
"No estoy preparado" pensó Alex intentando que las lágrimas no salieran de sus ojos.
"Sí que lo estás, eres fuerte. No me queda mucho tiempo, y me gustaría decirte una cosa antes de irme" Los dos se quedaron mirándose el uno al otro, curiosamente, por las mejillas de Marc bajaban dos pequeñas lágrimas brillantes que no dejaron rastro alguno al caer al suelo. "Creo que ya lo sabes, pero yo soy el fantasma de tu hermano mayor"
"Lo sospechaba" pensó Alex "¿como moriste?" preguntó, aunque le daba un poco de miedo saberlo.
"Justo aquí delante, tuve un accidente con mi moto" El brazo de Marc señalaba la curva de la carretera del pueblo, cerrada y traicionera, culpable de muchísimas muertes. 
De repente, la figura de Marc, ya de por si bastante transparente, empezó a desvanecerse con la ligera brisa que por allí corría. Alargó la mano que a penas se podía distinguir y la pasó por la mejilla de Alex, que lo único que sintió fue un tacto frío como el hielo. Llegó un momento en que ya no pudo volver a ver a su hermano y las lágrimas empezaron a caer inevitablemente. Se fue a casa otra vez, pasó días enteros cerrado en su habitación sin querer salir. De repente Alex se levantó de su cama, fue a la habitación de sus padres y rebuscó entre los cajones hasta que la encontró. Una foto de Marc cuando tenía seis años, subido en una moto de juguete. Sonrío intentando no llorar. 
- Viviré lo que tú no has podido vivir hermanito.- susurró mientras sacaba la foto del marco y se la guardaba en el bolsillos de sus tejanos. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Misplaced


Las calles desiertas amparan mis pasos, hacia el infierno me dirijo, pues en la tierra nunca encontré donde caerme muerto. No soy hombre de negocios, no soy mujer de limpieza, no soy niño que juega tranquilo, no soy joven que se va de fiesta. Los años pasaron por mi piel arrugándola y marchitándola poco a poco, y pese a que el tiempo pasaba, yo seguía siendo un alma perdida.
Dicen que en este mundo todos estamos conectados, dicen que existen las almas gemelas, las medias naranjas, que en esta vida todos tenemos una función. Yo, soy la excepción que confirma la regla. Soy un alma extraviada en un mundo de locos que nunca he logrado entender. Mi vida des de muy pequeñito se basó en vagar por las calles cual vagabundo. Y así voy a acabar, caminando sin rumbo por una carretera vacía.
A veces pienso que he desperdiciado mi vida haciendo caso a otros superiores a mí. Siempre he pensado que esta no es mi época, que nací en un mal momento para una mente inquieta como la mía. No puedo seguir avanzando en un mundo que por sí solo lo único que hace es retroceder a la época de las cavernas. Me he sentido siempre solo y quizá por eso, nunca he querido salir de mi propio mundo.
Eso es lo que hice, crearme un nuevo mundo en mi cabeza, donde el pozo de los deseos me concedía todo aquello que yo le pedía, donde la vida podía ser tal y como yo quería, no había amigos que te traicionaban a tu espalda, no había gobernadores que te quitaban el trabajo, no había guerras, no había nada que pudiera dañarme, era libre para ser quien de verdad era, para mostrarme tal cual soy.
Pero allí no había nadie más, tan solo yo y aquel mundo imaginario. Estaba solo ante mi propia locura, era la perfecta alma extraviada, la mente de un loco que no había sabido adaptarse a este mundo. De mí ya nadie se acuerda, soy el despojo de un sueño roto por la sociedad, soy un desecho, basura que acumular en un cementerio, huesos y carne, porque la mente ya está demasiado desmejorada como para aprovechar nada.
Me voy pues dirección al infierno, quizá allí, entre las llamas que me ofrecen los demonios encuentre algún sitio en el que sentirme como en casa. 


I aquest és per tu, espero que t'agradi. 

domingo, 26 de agosto de 2012

Ramen

Una caricia se lee en mis manos blanquecinas. Tu rostro de precioso marfil cincelado duerme tranquilo. El pelo negro, alborotado y salvaje, se esparce por mi almohada. Apoyo mi cabeza en la pared y te observo, estirada en mi cama respirando tranquilamente. Me pregunto que pasará por tu cabeza. Miro a la mesita de noche y debajo de mi sujetador encuentro el paquete de tabaco que ayer compartimos. Me enciendo un cigarrillo con tu mechero de colores y expulso el humo lentamente. Sigo mirándote entre calada y calada. La mortecina luz del sol ilumina tus piernas, largas y perfectas. Toda tu ropa yace en el suelo de mi habitación, tirada de cualquier manera. Me levanto con cuidado para no despertarte y cojo tu camiseta oscura. Me la acerco al rostro y aspiro tu esencia, esa mezcla de lavanda y flores silvestres que olí mientras te besaba el cuello. 
Me acerco a la ventana entreabierta. El calor de la ciudad es casi asfixiante, el aire es caliente y el ambiente está cargado de humo y contaminación. El reloj marca las tres de la tarde. "Normal que tenga hambre" pienso mientras me dirijo a la cocina vestida con una simple camiseta y unas bragas limpias. Miro en la nevera y empiezo a sacar ingredientes aleatoriamente, hasta que en mi mente recuerdo un trozo de una antigua conversación. Sonrío y me pongo los tejanos que dejé ayer en el suelo, el sujetador y me arreglo un poco. Te dejo en mi cama dormida mientras yo voy a comprar. Cuando vuelvo sigues allí. Cierro un poco la ventana, pues el sol estaba a punto de darte en la cara y no quiero que te despiertes, aún no.
Me encierro en la cocina y allí me quedo hasta que el olor a comida te acaba por despertar, pues oigo como mueves cosas dentro de la habitación. Me giro al oír como se abre la puerta y no puedo evitar sonreír al verte vestida con una de mis camisetas de cuadros. Te acercas y me das un beso de buenos días, dulce e intenso. En la encimera he dejado dos boles humeantes que tú, curiosa, vas a investigar que contienen, pero yo te obligo a sentarte en la mesa. 
- Que aproveche.- te digo mientras te pongo uno de los cuencos delante.
- Ramen...- dices a media voz.- hace mucho tiempo que no como Ramen.- Me miras y sonríes agradecida.- Gracias.
- De nada preciosa.- Te digo yo mientras te devuelvo la sonrisa. "No me importa hacer estas cosas, nunca me ha importado" pienso mientras dejo que seas la primera en probarlo. "Si no cuidas a los que quieres, quiere decir que no te importan tanto" sigues comiendo, al parecer me ha salido bastante bueno, no puedo evitar mirarte embobada hasta que me llamas la atención, me comentas algo y yo me concentro en la conversación dejando al aire un último pensamiento "Daría la vida por aquellos que quiero si hiciera falta".

lunes, 20 de agosto de 2012

Luces en la noche

La noche se había adueñado del cielo, sin embargo no podía hacer frente a la luz de las miles de estrellas que allí se arremolinaban. Dos chicas las contemplaban sentadas en el suelo de una gran terraza. Una de ellas fumaba sin descanso mientras escuchaba lo que le estaba contando su amiga. Delante suyo las luces de la ciudad parecían un mar infinito de color que las protegía de la oscuridad.
- Mira.- dice una de ellas señalando el cielo estrellado.- es un avión.- la otra chica mira hacia arriba hasta localizar las lucecitas parpadeantes del vehículo, sonríe, pues ella ya está acostumbrada a verlos todas las noches, al fin y al cabo se encontraban en su casa. Justo cuando estaba a punto de apartar la vista del cielo una estrella fugaz pasa por donde segundos antes había estado el avión.
- ¡Una estrella fugaz!- gritan las dos chicas entusiasmadas, pues ninguna de las dos había visto nunca una antes.
Sonríen contentas y comentan emocionadas lo que acababa de ocurrir, no habían pedido el tradicional deseo, pero realmente les daba igual. "Bueno" pensó una de las chicas encendiéndose otro cigarrillo "no me hace falta pedir ningún tipo de deseo, ahora mismo nada podría mejorar este momento". 


Simplemente, creía que merecía la pena escribir este pequeño momento. 

martes, 7 de agosto de 2012

Demasiado hundida como para escribir algo coherente, demasiado desvanecida en mi propia mente como para enlazar dos frases con algún sentido. Incapaz de hacer nada más que viajar por la oscuridad con la única compañía de mis demonios. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Aprovecha el día

En la penumbra de nuestra habitación observo como un pequeño rayo de luz navega por tu cuerpo. Llevas el vestido rojo con el que nos conocimos. Te acaricio el pelo negro, largo hasta la cintura, poco a poco sin prisas. Mis dedos pasan a tu suave mejilla del color de la porcelana, luego a tus labios entreabiertos, me coges la mano y la besas con delicadeza. Tus ojos marrones me observan grandes y brillantes, y me veo reflejado en ellos con una sonrisa que me ilumina la cara. 
- ¿Esto es real?- Te pregunto mientras poso mi frente junto a la tuya y disfruto del roce de nuestras pieles
- Estoy aquí, siempre lo estaré.- me dices mientras tus labios rozan los míos.
- Sin ti no puedo continuar, te necesito a mi lado.- cierro los ojos intentando esconder lágrimas saladas cargadas de miedo
- Debes hacerlo, por él.- tus manos me cogen el rostro con suavidad y me besas despacio, tan solo unos instantes, los suficientes para que me calme.- Todavía eres muy joven.
- Pero te echo de menos, cada día, cada minuto, no puedo soportarlo.- siento que vuelvo a derrumbarme en mi mismo, que los muros que había edificado alrededor de la tristeza y el dolor se derrumban ante ti. 
La puerta de la habitación se abre poco a poco y la luz de fuera ilumina toda la cama en la que estoy estirado. No hay nadie a mi lado, tan solo el frío que se acumula allí donde deberías estar tú. Me paso la mano por el pelo, suspiro, cansado de verte en sueños cada vez que me quedo solo conmigo mismo. Y pese a que intento no pensar en ello, una simple melodía o una foto olvidada en un cajón me devuelven tu imagen como un martillazo directo al corazón. 
- Papi.- Me llamas, asustadizo, te acercas porque ves que no respondo y te estiras a mi lado.- Papi.- repites con tu voz de niño, intentando llamar mi atención pero yo sigo mirando el vacío donde antes estabas tú. Suspiras y pese a tener tan solo nueve años tienes la expresión de un adulto.- Aprovecha el día o muere arrepintiéndote por el tiempo que has perdido.- Te vas con esa frase en los labios, que se instala atronadora en mi cabeza.
Te miro cuando ya estás en el umbral, preguntándome de donde demonios has sacado eso. Al final me levanto y me dirijo al baño poco a poco, arrastrando los pies que me pesan como losas de piedra. Me miro al espejo. La barba desaliñada, los ojos de un loco fundido en arrepentimiento y dolor, la cara esquelética de un muerto en vida. Suspiro. "Aprovecha el día o muere arrepintiéndote por el tiempo que has perdido". La frase me da vueltas por la cabeza. Después de años tumbado en la cama sin mover ni un solo dedo para cuidar a mi hijo, hoy, es la última vez que voy a invocar tu recuerdo amargo en mi cama, hoy es la última vez que viviré en el pasado. Me afeito poco a poco, me peino y me arreglo. Salgo al salón donde junto con tu abuela ves la tele sentado en el sofá. 
Me acerco a donde estás y te sonrío, veo en ti su imagen, pero ya no me produce dolor, sino paz, la paz de alguien que quiere vivir y cuidarte para siempre.
- ¿Quieres que vayamos al parque? - Te pregunto ofreciéndote una mano. Tú asientes y me la coges. Se acabó vivir en el pasado, ahora lo más importante eres tú. 







































miércoles, 25 de julio de 2012

Una cinta de video

Entro en la habitación del sótano a las diez de la noche, preparo el proyector con la misma cinta de dos horas de duración y me siento en mi butaca de terciopelo negro. Me acerco el paquete de cigarrillos, el cenicero de cristal opaco, el mechero plateado y me enciendo uno. La pared se ilumina de gris hasta que por fin empieza el contenido de la grabación. 
"¡Papá!" Me gritas des de tu cuna azul dando golpes a los barrotes con tus manitas de porcelana. Me miras con tus dos ojos grandes y verdes brillantes de alegría. Quieres coger la cámara con tus pequeños dedos pero yo te la aparto mientras te digo que no es un juguete. Aparecen los brazos de tu madre que te sacan de tu prisión particular. Ella empieza a hacerte caras mientras tu risa resuena por la casa recién amueblada. Aún se ven cajas precintadas en el fondo, pero tú, la niña de nuestros sueños, nos tienes demasiado ocupados para encargarnos de ellas. Os miro a las dos en silencio expulsando el humo poco a poco. Te parecías tanto a ella que cuando te miraba la veía en todos tus rasgos. 
La imagen cambia. Tu primer cumpleaños. Tus rizos rubios se balancean por tu cabecita mientras das golpes a la mesa esperando el pastel. Esta vez soy yo el que te sujeta entre mis brazos. Ya no me sorprende ver que en el pasado mi rostro consiguió no tener ojeras ni esa cara de muerto en vida. Era feliz, supongo que eso influenciaba. Tu madre aparece por la puerta con un pastel de chocolate y todos tus primos se abalanzan sobre él como pequeñas fieras sin escrúpulos. Yo los aparto para que puedas soplar tu primera vela y pese a que lo intentas con todas tus fuerzas al final soy yo quien debo ayudarte. Tu madre le da la cámara a alguien y viene a abrazarse a nosotros. El flash de las fotos te da en los ojos y te pones a lloriquear, yo te seco las lágrimas y juego contigo hasta que se te pasa.
La escena vuelve a cambiar. Recuerdo perfectamente aquellas navidades en Canadá. A tus tres años ya te habías visto medio mundo a causa de mi trabajo. "Mira papá, una bici" Me dices mientras das vueltas por el pequeño salón del apartamento con un triciclo de diferentes colores. Llevas un vestido azul marino hecho por tu abuela y tus perfectos rizos rubios recogidos en una pequeña coleta. Tu madre se me acerca y me da un beso ofreciéndome una copa de cava. Mientras, tú sigues abriendo regalos. Un osito de peluche, una muñeca, un pequeño teclado etc. 
Llevo ya una hora de grabación, mis ojos ya no derraman lágrimas al ver todas aquellas imágenes pertenecientes al pasado. Están demasiado secos para ello. Abro un nuevo paquete de cigarrillos y te veo crecer a ti y envejecer a nosotros. Poco a poco te nos fuiste haciendo mayor, y con cada año que pasaba más guapa te volvías, al igual que tu madre. Suspiro. Su recuerdo me asalta feroz. Recuerdo perfectamente sus últimas palabras "Cuida de ella Marc, debes ser fuerte y cuidar de ella". El cáncer se la había llevado de mi lado como si de una flor arrancada se tratase. Y me quedé contigo, eras su viva imagen y yo no podía hacer más que llorar cada vez que te miraba a los ojos, sus ojos. 
Pero lo superamos, sí, los dos seguimos adelante y pasamos años difíciles sin ella a nuestro lado, pero lo aguantamos todo. Sin embargo el destino todavía no se había burlado lo suficiente de mi y a tus 15 años te diagnosticaron leucemia. Miro la pantalla. Sí, ese es el último vídeo. Te veo a ti, con un pañuelo en la cabeza tapando la calvicie producida por las intensas sesiones de quimioterapia, me sonríes con los labios cortados y secos, me miras sin brillo en los ojos y me dices adiós, que ya no aguantas más, que te estás muriendo y que no hay vuelta atrás. "Te quiero papá" Me dices con la voz rasgada y entonces me quedo a oscuras otra vez en la habitación.
Y des de entonces 10 largos años han pasado ya, y cada día, después de cenar, a las 10 en punto, me bajo al sótano a veros a ti y a tu madre, para recordarme que hubo un día en el que yo fui feliz y en el que lo tenía todo, pero los crueles azares del destino me quitaron las dos cosas que más quería. 

martes, 24 de julio de 2012

In my darkest hour

La noche se presenta indecisa, llena de recuerdos, de sabores grabados en mis labios, de música en mis orejas, de cigarrillos al amanecer. Salgo de mi casa, tejanos ajustados, mi cazadora favorita, el pelo me cae en los ojos, pero la verdad, es que me da igual, a estas alturas todo lo que pasa a mi alrededor no tiene ninguna importancia. El asfalto desgastado como mis zapatos es mi único acompañante, en mis oídos resuenan guitarras celestiales, mis pasos al ritmo de los golpes del batería y mi vida entera paseándose por las voces de cantantes inolvidables. 
No sé a donde me dirijo, tan solo camino para despejar mi mente de tu recuerdo punzante como hierro ardiente en mi corazón. Sí, ahora me tiendo en pie solo, quizá porque después de tantos años arrastrándome por ti al fin he comprendido que lo mejor era olvidarte. ¿O debería decir odiarte? No, eso no puedo hacerlo, el odio no me llevará a ningún sitio, todavía me quedan muchos lugares por ver, y los quiero observar des de la atalaya de la paz mental que me aporta el olvido. 
Me siento como un alma dirigiéndose a la tierra prometida, y no espero grandes riquezas al final del camino, no espero la gloria ni la fama, no espero nada más que un bálsamo para las heridas que me dejó tu orgullo. Te recuerdo lejana e inflexible, cuando sabías que sufría tú huías y aunque hubieses sabido la manera de salvarme de mi propio ser oscuro, tú, fría como el hielo de un whisky on the rocks, nunca hubieses acercado tu mano a la mía para sacarme del infierno. 
Ahora lo pienso y en mis peores momentos nadie ha estado allí para mí, la soledad de una habitación helada era mi única compañía, y la música sonando en los altavoces mi único remedio para no volverme loco. Siempre he pensado que las cosas irían a mejor si me desvaneciese entre las notas de una canción. Me paro en medio de la carretera, un mundo nuevo me espera, una nueva vida, un nuevo destino, como el ave fénix renaciendo de sus cenizas yo me voy. 
Las luces de un camión me ciegan, no siento nada, tan solo un golpe, y finalmente esa paz que tanto he ansiado. Una muerte accidental que me lleva a otra vida. 

lunes, 23 de julio de 2012

I hate everything about you

Su propia sangre corría por sus manos, trocitos de cristal que se le habían clavado en la piel como pequeñas puñaladas de dolor. El líquido rojo empezaba a caer al suelo y le manchaba las zapatillas blancas. Sin embargo no sentía nada, tan solo odio, un odio tan grande y masivo que lo desbordaba, necesitaba expulsarlo. Le volvió a dar otro puñetazo al espejo, y su reflejo se rompió en mil pedazos. Su respiración entrecortada era lo único que se oía en la estancia. Aquella habitación donde habían pasado tanto tiempo juntos.
Se arrodilló en el suelo observándose las manos ensangrentadas. ¿Qué demonios estaba haciendo con su vida? Ella le había abandonado, se había ido para siempre y sin embrago ahí seguía él, buscando su olor en las esquinas de su habitación. Se apoyó en la cama, esa en la que él solía estirarse y le acariciaba la larga melena rubia. Fijó la vista en el armario, aquel en el que guardaba la guitarra que ella le había regalado, un pequeño instrumento lleno de notas perdidas al viento, cada cuerda era un recuerdo y cada acorde que sabía un beso a escondidas. 
Tres largos años de relación y ahora se daba cuenta de que ella nunca le había amado, de que, de echo, le odiaba. Se levantó, le dio una patada a la puerta del armario rompiéndola, sacó la guitarra con violencia y la estampó contra el suelo. "¡Te odio!" gritó repetidas veces mientras la madera del instrumento se esparcía por el suelo, cada viruta era un "te quiero" que caía en el olvido. Cuando al fin se quedó simplemente con el mástil en la mano lo lanzó contra el espejo, acabándolo de romper definitivamente. Un trozo de cristal le saltó a la cara haciéndole una herida justo debajo del ojo. Lágrimas rojas, llenas de odio, rencor y dolor, de recuerdos que le asaltaban, como aquellos dos ojos azules parecidos al mar, como aquellas manos suaves que recorrían su espalda cuando no podía dormir.
Lo único que sentía es que ya no le quedaba nada, que lo había perdido todo en aquella melena rubia que había decidido irse para siempre. 

sábado, 21 de julio de 2012

Café y Nestea


Ella un café humeante, él un vaso de Nestea helado. Su mente vaga distraída, potente, imparable, hablan pausadamente, dicen lo primero que piensan:
- No, no soy dueña de nadie, tan solo sigo los cánones establecidos para que no me echen de tu castillo.- dice ella siguiendo con una broma anterior.
- ¿Castillo? ¿Qué castillo? Pues yo no soy ni noble ni rey de ningún hogar.- le responde él moviendo la mano exagerando sus palabras
- El castillo de nuestras mentes, querido, en nuestro interior aguarda un palacio.- le dice ella mirando al cielo, hasta que lo mira a los ojos con mirada inquisitiva.- ¿Pura luz? ¿Pura oscuridad? Qué más dará.
- Eso no es un simple castillo, es un mundo.- le objeta él dando un sorbo de su bebida
- Puedes llamarlo mundo, puedes llamarlo castillo o palacio, depende de las limitaciones que quieras darle a tu imaginación.- ella empieza a mover las manos, señal de que su cerebro trabaja más y más rápido para encontrar la palabra que le falta.- Yo lo llamo infinito.- dice al fin mirando a lo lejos satisfecha de su elección.- Allí donde la mente de nadie pueda llegar yo llegaré, donde las fronteras marquen el fin yo las traspasaré.- la emoción aumenta en su voz, se levanta ligeramente de la silla como si quisiera echar a volar, hasta que se calma y le da un tragito a su café.- por eso mi mente es infinita.
- Eso es solo el sueño de un iluso.- le responde él, tajante, con la mirada seria y quizá con los pies un poco más en la tierra que ella.- ¿Quién dice que cualquier cosa que pienses o hagas o dejes de pensar y hacer no lo ha hecho ya alguien?- Sus palabras la dejan pensativa, se rasca la barbilla mirando al cielo hasta que empieza a hablar otra vez.
- Nadie me lo asegura, eso es cierto.- dice poco a poco.- pero yo voy a llegar más allá, porque lo sabré, sabré cuando mi mente ha llegado al infinito cuando no distinga realidad de ficción, cuando el cielo y la tierra se junten en uno y me demuestren un mundo nuevo.- la pasión había vuelto a sus palabras y a su forma de expresarlas, tuvo que relajarse otra vez y esperar a que su amigo dijera algo.
- Mientras exista algo allí, seguirás siendo un número.- contestó él con el vaso en la mano derecha y con la izquierda señalando a su amiga.- Por eso el mejor destino es la nada.- dejó caer su mano y le dio un sorbo a su nestea como si no le quedara otra cosa que resignarse a sus propias palabras.
- La nada no existe.- dijo ella negando con la cabeza.- Porque alguien tiene que haber creado la nada y en ese momento lo que llamamos “nada” pasa a ser algo inventado y por lo tanto deja de ser nada.- sus palabras salieron de su boca poco a poco tomando forma a medida que las pronunciaba como si no estuviera segura de que serían capaces de expresar lo que tenía en la mente.
- El tiempo que pasas dormida y no sueñas, el tiempo que no sientes.- le contradijo él adelantándose un poco en su silla, como si así pudiera darle más certeza a sus argumentos.- Eso, es la nada.- concluyó con un movimiento de cabeza.
- Siempre soñamos o pensamos, la mente nunca se para.- empezó ella rebatiendo las palabras de su amigo.- siempre sentimos algo, en lo más profundo de nuestro ser, sentimos algo.- Su mirada color miel se cruzó con la suya negro azabache.- Siempre.- Repitió sin perder el contacto visual.
- Oh sí.- dijo él sarcástico.- la teoría siempre está muy bien, pero no es la práctica.
- Y en la práctica quizá no sientas nada, quizá es lo que deseas y quizá, tan solo quizá sea así.- le contestó ella sonriendo con amabilidad.- porque en el fondo querido amigo, los dos sabemos que sientes algo dentro de ti.
- No niego que sienta algo.- dijo él un tanto cabizbajo, hasta que reafirmó sus argumentos y volvió a la carga.- Pero admito que al final, solo está la nada. Aunque lo resistas en vida, lo encontrarás en la muerte.
- No sabes que hay después de la muerte.- le contestó ella en el acto.- nadie te asegura que sea la nada, nadie lo sabe y no lo confirmarás hasta que te mueras.- Concluyó ella confiando en que esta vez no podría contrarrestar sus argumentos.
- Y nadie me asegura que sea otra cosa.- siguió él reciclando lo que había dicho su amiga.- pero soy el Dios de mi propio pensamiento y de mi propia visión de la realidad, así que puedo creer que eso es lo que hay después, al igual que otro puede pensar en un campo de flores, en un espacio infinito blanco o en cualquier cosa.- Su voz había ido tomando un deje autoritario, como si quisiera darle más poder a sus palabras.
- Bueno.- le contestó ella levantando los hombros resignada.-  En eso te doy la razón mi querido amigo, nadie puede parar nuestras creencias porque por alfo son tan solo nuestras.
El hielo del Nestea se había fundido bajo el calor, en la taza tan solo quedaban los posos del café, ellos, los únicos asistentes a aquella conversación entre dos amigos. 

Basada en una conversación real. 

jueves, 19 de julio de 2012

It's like I can't stop what I'm hearing within


La oscuridad acecha a su espalda como un pequeño monstruo de cartón. Algo no va bien en su mente, ella lo sabe, es consciente de ello, siempre lo ha sido. Sin embargo, esta noche no le preocupa lo que piense la gente, no quiere saber nada de nadie. Es como si alguien la observara, pero sabe que eso no es real, que nada de lo que sus ojos le enseñan lo es. Porque des de pequeña le dijeron que los fantasmas no existían y sin embargo ella veía gente que ya no estaba en este mundo. Pero además, hablaba con ellos, tenían largas conversaciones, ella les preguntaba sobre lo que había después de la muerte y ellos le contaban historias fantásticas.
Estaba loca, lo sabía, era consciente de ello. Su paranoia la estaba dejando fuera de combate, sin fuerzas para salir de aquella habitación, ¿o debería decir de aquella cárcel? Allí estaba, sentada, inmóvil como una estatua de frío mármol. Su pelo lacio le caía en los ojos, aquellas dos cuencas carentes de expresión alguna. Su sonrisa le acababa de dar un aire de locura, esos labios mordidos mil veces, la pequeña inclinación de su boca. Todas las mentiras que antes creía ciertas se cernían en su cabeza, le hablaban al oído, le decían que no se preocupara, que ella no estaba loca, que eran los demás los que lo estaban.
Pero una parte de ella misma sabía que eso no era así, sabía que cuando el sol se ocultaba detrás de los edificios y la noche caía en la ciudad nada de lo que veía era cierto. Su sombra nunca se movía por si sola, detrás suyo nunca había nadie, no existían los fantasmas, ni los duendes ni los monstruos que se escondían detrás de las esquinas, nada de eso era real, sin embargo, lo parecía.
Sacudió la cabeza. Las voces no se callaban. Se llevó las manos a la cabeza y grito tanto como pudo. Les pedía que se callaran, que la dejasen en paz de una maldita vez, pero sus esfuerzos eran en vano, ellos gritaban más que ella y la encarcelaban en su propia mente. Se levantó de la silla, asustada, se sentía pequeña y sola. Empezó a darse golpes contra la pared. Quería reventarse la cabeza y dejar salir a esas voces. La violencia con la que se tiraba por las esquinas alertó a las enfermeras que consiguieron sujetarla y le clavaron una jeringuilla en el antebrazo. Pronto la chica se calmó y calló en un sueño profundo pero las voces, no, ellas nunca descansan y le seguían hablando en voz baja incluso en sueños. 



martes, 17 de julio de 2012

I'm the only one and I walk alone

El asfalto le quema la planta de los pies carente de cualquier tipo de protección, pero a ella no le importa. Camina por la superficie gris lentamente, dando un paso tras otro, pequeñas zancadas que parecen llevarla a los confines del mundo. Su vestido blanco se ha roto, ella que parecía la princesa de un cuento de hadas, ahora es un simple despojo. La tela hecha jirones a penas le cubre la mitad del cuerpo, sus piernas blancas como la leche empiezan a llenarse de arañazos hechos por ella misma en unos instantes de imparable locura. La oscuridad la envuelve y la guía, precisa y fantasmal hacía su esperado final. El asfalto cambia, ahora camina sobre una superficie arenosa llena de piedrecitas que se le clavan en los pies. Pero no le importa, es más, lo disfruta. Siente el dolor, le gusta y lo eleva mil veces para sentirse viva. En su mano derecha una botella de whisky se balancea casi vacía. "Alcohol para las heridas" le decía siempre su madre cuando era una cría. Le dio un largo trago y se río de si misma, de lo patética y estúpida que había sido durante tantos años. 
Llegó a su destino, el puente del callado. se acercó al borde y dejó que las luces de los coches la deslumbrasen. El viento le removió su sedosa cabellera rubia, sus ojos empezaron a derramar oscuras lágrimas producidas por las cantidades industriales de rimel y lápiz de ojos que se había puesto aquella noche. "Si mi madre me viera tan solo me diría que deje de llorar, que se me está corriendo todo el maquillaje" pensó la chica sonriendo irónicamente. Apuró la botella y la tiró al suelo rebentándola y haciendo que pequeñas partículas de vidrio se le clavaran en su fina piel. Que a gusto se sentía con el dolor, como le gustaba sentir la sangre corriendo por su piel. Miró al cielo "Muere joven y deja un bonito cadáver" se dijo a si misma reproduciendo una frase que había leído vete a saber donde. 
Se subió a la baranda que rodeaba el puente y saltó hacía los coches. Un camión se llevó su cuerpo por delante, la dejó inconsciente y en pocos minutos la chica murió, sin despedirse de nadie, sin decir un porque, se fue para no volver y con el tiempo, todos la olvidaron, todo lo que quedó de ella fue una urna olvidada en un viejo armario de madera carcomida. 

domingo, 15 de julio de 2012

If I lay here


Apoyó la espalda contra la pared y se deslizó hacia abajo como si ella misma fuese una simple gota de agua cayendo poco a poco. Sintió el suelo frío bajo sus manos agrietadas, rodeó sus rodillas con los brazos intentando no romperse en mil pedazos, acurrucó la cabeza entre las mangas de su sudadera negra y empezó a llorar.
Al principio tan solo fueron un par de lágrimas que bajaron por sus mejillas lentamente y acabaron en la comisura de sus labios, dejando aquel característico gusto salado. Pero a medida que su cabeza le daba vueltas a todo, notó como le costaba respirar, como poco a poco sus ojos derramaban más y más lágrimas. Llegó un momento en que creía que se iba a ahogar, levantó la cabeza y miró al cielo.
A penas podía distinguir las estrellas que se juntaban en la oscuridad, a penas recordaba cómo había llegado hasta aquella terraza,  tan solo sabía que quería quedarse allí, no moverse nunca dejar que con el tiempo todos la olvidaran, dejar que el viento se la llevase y la convirtiese en simple polvo. Unos pasos a su espalda hicieron que corriera a enjuagarse las lágrimas.
A su lado se sentó su amiga, la miró preocupada analizando aquellos ojos enrojecidos, los pequeños surcos que las lágrimas habían dejado en sus mejillas, el pelo revuelto que le daba un ligero toque enloquecido. No dijo nada, tan solo la abrazó con todas sus fuerzas y sintió como ella sollozaba en su hombro intentando hacer el menor ruido posible.
- Si me quedara aquí sentada, si simplemente me quedara aquí para siempre.- empezó a decir la chica separándose de su amiga y mirándola a los ojos.- ¿Te quedarías aquí conmigo?
- Sabes que sí.- le dijo ella sonriéndole
- Tan solo necesitaba oír eso.- respondió la chica devolviéndole la sonrisa y secándose los últimos rastros de aquellas pequeñas lágrimas. 

If I lay here, If I just lay here, would you lie with me and just forget the world?

All that I am, All that I ever was, is here in your perfect eyes, they're all I can see. 


martes, 3 de julio de 2012

20 cosas que hacer antes de morir: 1. Publicar un libro


“La última palabra” pensó mientras se leía la frase que acababa de terminar. “La última palabra tiene que ser perfecta e inolvidable”. Se quedó mirando la pantalla del ordenador con la cara marcada por el cansancio en unas interminables ojeras. Siempre había creído que la última y la primera palabra de una historia debían ser lo más llamativas posibles. Quizá al empezar, podía dejar el margen de una frase, incluso un párrafo, pero si el principio de un libro no le gustaba lo dejaba de lado y empezaba otro. Basándose en eso Laura intentaba que todas sus historias tuvieran un buen comienzo. Una frase que dejara al lector con la intriga, o que simplemente, fuese tan rematadamente buena que fuera imposible no seguir leyendo.
Sin embargo ahora se encontraba atascada mirando aquella última página de su primera novela. Había tardado meses en perfeccionarla, en cubrir cada pequeño detalle, cada cuerda que debía ser ligada a otra. De buen principio pensó que sería fácil, que aquello tan solo era como escribir uno de sus relatos cortos, sin embargo, la complejidad de unir todos aquellos personajes, los acontecimientos y cada una de las palabras se le presentó como un nuevo reto. Volvió a leer las últimas palabras. Había algo que no le convencía. De repente en su cabeza apareció la respuesta, escribió la nueva frase y la leyó en voz alta con voz pausada: “Y entre el tormento de su propio pasado y el susurro de las voces del presente, cogió su inseparable pistola se apuntó a la sien y disparó”.
Sonrió para sus adentros. Matar al protagonista no entraba en sus planes, al menos al principio, sin embargo a medida que escribía se dio cuenta de que era absolutamente necesario. Oyó pasos a su espalda y se encontró con su compañera de piso. “¿La has acabado?” le preguntó impaciente. Ella asintió orgullosa y le dejó leer el final. “Eres una sádica, mira que matarlo”. Laura rió y le dijo que se veía a venir. Apagó el ordenador y se fue a dormir dispuesta a llevar el manuscrito a la editorial, confiando en que su trabajo sería gratamente recompensado.
A las 10:30 de la mañana el manuscrito corría por la editorial de mano en mano, siendo leído y revisado mil veces hasta que al fin, empezaron las copias. En pocas semanas los primeros 500 ejemplares habían sido colocados en distintas librerías. Laura paseaba por la calle y veía como en un rinconcito de algún escaparate se podía ver su libro de tapas negras y aquellas pequeñas letras en blanco. No podía hacer más que sonreír. “Este es el principio de un gran final” pensó para sus adentros mientras volvía a concentrarse en las primeras palabras de una nueva novela. 

miércoles, 20 de junio de 2012

Vive por mi

La lluvia caía en la calle poco a poco, no era abundante, pero su persistencia acababa por dejarlo todo chorreando. Sin embargo, eso no parecía importarle a una chica de cabellos castaños, tan oscuros que parecían negros. Caminaba despacio protegida con una simple sudadera y la capucha por encima como único intento de refugiarse de la lluvia. La cabeza gacha y las manos en los bolsillos de los tejanos, ella seguía avanzando sin aparente rumbo. 
Se paró delante de un paso de cebra y esperó a que el semáforo se pusiera en verde. Un coche, demasiado pegado a la acera, pasó por encima de un gran charco, mojándolo todo a su paso, incluyendo a la chica. Sin embargo ella no se inmutó, no hizo ningún gesto, nada que hiciese parecer que le importaba lo que pasaba a su alrededor. Estaba vacía, le habían arrancado algo demasiado importante. Siguió avanzando poco a poco, levantó la vista frente a un edificio pequeño pero relativamente nuevo. Aquellos grandes ojos marrones lo observaron, pero en ellos no se apreciaba vida alguna.
Entró por la puerta principal sacando una llave, subió por las escaleras hasta la segunda planta y allí, frente a la puerta de uno de los pisos, se encontró su nombre en un sobre de papel pegado en la madera. Lo arrancó y empezó a abrirlo con cuidado. Sin duda, aquella era su letra, pequeña, clara pero un tanto desordenada, con formas cambiantes. Empezó a leer aquel papel que tenía entre las manos.
"Supongo, que cuando leas esto ya no estaré aquí. También supongo que si has llegado hasta esta puerta es porque has encontrado las llaves que dejé en tu cajón. Hacía días que sabía que me iba a morir, pero no podía hacerlo sin antes despedirme de ti. Abre la puerta."
La chica cogió la otra llave que se había encontrado en el cajón de su mesita de noche ligada con una simple nota con la dirección del piso. La puso en la cerradura poco a poco, le dio la vuelta y oyó un pequeño "clac". La puerta cedió y se abrió despacio, dejando ver un piso desamueblado envuelto en la penumbra. La chica siguió leyendo la carta.
"Abre la primera ventana que te encuentres, tan solo tienes que avanzar todo recto."
Caminó poco a poco por miedo a tropezarse con algo, sin embargo parecía que en aquel piso no había nada. Encontró la ventana y la abrió, dejando que el aire frío de aquella tarde de invierno penetrara su piel. La luz mortecina que dejaban pasar las nubes iluminó la estancia en la que se encontraba, y además, en el suelo, vio una pulsera echa de bolitas multicolores que brillaban a la luz del sol. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos, pero hizo un esfuerzo por seguir leyendo.
"Sí, ahí está, nuestra pulsera. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Fue en tu pueblo, yo fui hasta allí porque a ti no te dejaban venir a Barcelona. Recuerdo mis nervios como si fuera ayer. Las ganas que tenía de darte todos aquellos abrazos que te había prometido. En el fondo lo que quería era comprobar que eras real, que aquellas conversaciones hasta altas horas de la madrugada no eran simples sueños. A tu izquierda encontrarás un armario, ábrelo."
La chica se giró hacía dónde le decía la carta y, efectivamente, allí había un armario de madera en el que no se había fijado antes. Se dirigió hacia él y lo abrió poco a poco. Dentro había una camiseta negra, la cogió poco a poco y se sorprendió al sentir que todavía conservaba el característico olor a tabaco marca Winston. 
"Sé que fue un regalo, pero prefiero que la tengas tú. Creo que aquel concierto de Linkin Park fue lo mejor de mi vida. Verlos en directo fue apoteósico, pero si no te hubiera tenido a mi lado no hubiese sido ni la mitad de bueno. Recuerdo con claridad como cantamos absolutamente todas las canciones, pero sobre todo recuerdo tu cara cuando Chester se quitó la camiseta, casi muero de la risa. Ahora abre la puerta que encontrarás a tu derecha, no abras la luz."
La chica sonrió entre lágrimas. Todos aquellos recuerdos, todo lo que habían vivido, no podía ser que ahora ya no pudiesen seguir adelante como siempre habían hecho. Se dirigió a la puerta que le indicaba la carta y la abrió poco a poco. La luz a penas la iluminaba y no conseguía ver qué había en su interior. Cuando pensaba buscar una ventana que abrir para iluminar la estancia, un pequeño morro negro se asomó por la puerta. La chica dio tres pasos atrás entre asustada y curiosa. El morro iba acompañado de una pequeña cabeza alargada, y esta de un cuerpecito rechoncho de pelo raso también negro. Un cerdo vietnamita salió de la habitación y se quedó mirando a la chica, que cayó de rodillas en el suelo incapaz de aguantarse las lágrimas. Lloró largo rato hasta que el cerdito le golpeó el brazo con el morro suavemente y señaló la carta como si la reconociese. 
"Te presento a tu nueva mascota. Sé que querías que fuese macho, pero pese a que moví cielo y tierra tan solo encontraba hembras, así que aquí tienes a tu cerdita vietnamita. No tiene nombre, pero responde cuando la llamas "cerdita", sí, lo sé, podría haberle buscado yo misma un nombre ingenioso, pero prefiero que se lo pongas tú."
La chica se quedó mirando al pequeño animal que se había refugiado en sus piernas, le acarició la prominente barriga y sonrió al ver su cara de gusto.
- Laura.- dijo en un susurro.- te llamaré Laura, como ella. 
Quizá fue su imaginación, pero le pareció ver como la cerdita asentía suavemente con su pequeña cabeza, como si estuviera de acuerdo con su elección. Tan solo quedaba un último párrafo por leer.
"Ya solo me queda una última cosa por darte. Este piso es tuyo. Iba a ser de las dos, pero el destino no lo quiso. Está todo a tu nombre, habla con tus padres, ellos te lo acabarán de contar todo. Sé que nos quedaban cosas por hacer, sé que te prometí que las haríamos, y sigo cumpliendo mi promesa. Estaré siempre contigo, vayas donde vayas, te vigilaré y cuidaré como siempre he hecho des de que nos conocimos. Si tú no me olvidas yo seguiré viviendo en ti. Cuídate pequeña, y cuida de la cerdita, sé que te hará compañía. Te quiero."
La ventana se cerró de golpe y la penumbra envolvió la habitación. La chica se quedó allí parada, incapaz de contener sus sollozos, sin embargo, notaba algo a su espalda. Se giró asustada pero no vio nada. Acarició a la cerdita y miró al frente. Allí no había nadie más que ella y su nueva mascota. Se levantó dispuesta a irse, pero notó como una pequeña brisa le removía los cabellos. Por un momento pensó que se estaba volviendo loca, sin embargo, decidió dejarse llevar por aquella locura. Se giró poco a poco y la vio, apoyada contra la pared sonriendo con su pelo castaño claro alborotado y unas enormes alas blancas en su espalda. La chica se acercó poco a poco, pero ella negó con la cabeza y avanzó unos pasos. Acercó su mano a la de la chica para demostrarle que no podía tocarla, sino que su cuerpo estaba hecho de algo completamente etéreo. 
Ella se acercó a su oído, y en lo que parecía una mezcla entre el ruido del viento, el de las olas contra las rocas y el susurrar de los bosques, la chica pudo entender perfectamente tres palabras: "Vive por mi".