Caminaba nerviosa, el policía a mi lado me miraba inquisitivo. Me preguntaba que demonios debía estar pensando, en como sería ver las caras de familiares completamente destrozadas, de ver lágrimas caer por mejillas mil veces al día. Suponía que debía haberse convertido en una roca insensible que transportaba a al gente de una sala a otra sin ni tan solo pensar en lo que significaba todo aquello para ellos. Su trabajo era ese, no preocuparse por cada una de las almas que por allí pasaban. Debía ser imposible hacerlo teniendo en cuenta la cantidad de gente que pasaba día tras día, cada una con su propia historia.
Llegaron a un pasillo largo separado por una placa de vidrio con sus respectivas pequeñas cabinas y su característico teléfono colgando. Una a una, las personas que iban en fila tras de mi fueron sentándose frente a la respectiva persona que habían venido a visitar. Ella estaba la última. Cuando la vi allí sentada con el pelo castaño completamente lacio, sucio y desmejorado tapándole la cara, el alma se me cayó a los pies. Me senté y me la quedé mirando durante unos minutos. Debajo de la mortecina piel se podían notar los huesos, sus ojos a penas brillaban y las ojeras se le marcaban casi interminables. Cogió el auricular del teléfono y yo hice lo mismo.
- Hola.- dijo con la voz apagada apartándose el pelo sucio de la cara.
- Hola.- le dije yo intentando sonreír, pero su imagen me había dejado completamente congelada.
- ¿A que has venido? - me preguntó a duras penas.
- Quería verte por última vez.- hice una larga pausa, cogí aire y volví a hablar.- me marcho a Berlín, por trabajo.
- ¿Vas a ir sola?- dijo ella cuando asumió lo que le había dicho.
- Voy con una amiga.- le contesté yo intentando sonar conciliadora.- Te echaré de menos.
- No lo creo.- me espetó ella casi con crueldad, pero en el fondo, notaba en aquel tono de voz, las ganas que tenía de salir de allí, de ser libre otra vez.
- Ya falta poco...- Posé mi mano en el vidrio. Ella se la quedó mirando y después de dudar durante un instante puso la suya en el mismo sitio que la mía. No pude evitar ponerme a llorar, pensando en todo lo que había tenido que pasar por algo que ella no había hecho.
- Todo saldrá bien.- me dijo con suavidad sonriendo como podía. Era curioso que al final hubiese tenido que ser ella la que me consolase a mi y no a la inversa.
El policía posó una mano sobre mi hombro, señalándome que se nos había acabado el tiempo. Me despedí como pude y volví a atravesar el pasillo, esta vez incapaz de aguantarme las lágrimas. Era tanta la diferencia de aquellos diez rostros ahora que salían de allí. Entraban aparentando fortaleza, no querían derrumbarse frente a las personas al otro lado del vidrio, por ellos. Pero al final, las emociones eran demasiado intensas como para dejarlas solo en una simple conversación amistosa, y el llanto aparecía en sus ojos como un torrente irrefrenable.
La enorme puerta se cerró detrás de mi. Un taxi me esperaba en la acera del frente, el que me iba a llevar al aeropuerto, el que me llevaría a mi nueva vida. Me giré una última vez antes de entrar y sonreí, algo dentro de mi me decía que todo acabaría por salir bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario