domingo, 22 de diciembre de 2013

Crazy

Ni me miras ni respiras, ni juegas ni sonríes, ni te pierdes ni te encuentras, ni saludas ni te vas. Agitada y combulsa, calmada pero azotada por el viento de un terrible pensamiento. Amargura o soledad, ya no sabes distingirlas. Descabellados y oscuros sueños que viajan de mente en mente intentando no ser sorprendidos por sus dueños. Y tú, escondida en una cárcel de cristal, me miras mal mientras intento acercarme. Persiguiendo metáforas, anhelos, lunas y flores por un mar que parece desierto, me pierdo entre el sabor de tus labios vetados para mí. Corriendo sin rumbo por un camino que me deja la suela de los pies ensangrentada, pero no me importa, porque al final, me esperas tú. 
Mis pupilas te buscan y mi mente se vuelve loca buscando la última vez en la que me dejaste amarte sin reservas. En una esquina de mi portal personal se encuentra mi amor, esperando para picar a tu puerta, muriéndose de frío por las oscuras calles. Quizá haya llegado el momento de tumbarse a descansar, de dejar de llorar, de vivir y callar, o puede que tan solo necesita hundirme un poco más. Porque cuanto más bajo estoy más claro lo veo todo, y lo que quiero es volver a vivir en nuestra nube, alimentándonos del aire, viviendo de la nada y del todo, de lo oscuro y lo claro que habita en duerme vela en nuestros corazones, encandilados por algo tan misterioso y etéreo como lo es el amor. 
Y quizá, en un arrebato de locura contenida, piense que puedo volar, y quizá en un ataque de sobriedad decida que ya basta, que ya basta de todo, porque en la nada me pierdo y en la inmensidad de la vida me agobio y me estreso y huyo muy lejos porque no me quiero enfrentar a nada ni a nadie. Dormir, eso es lo que necesito, dormir. Pero dormir en tus brazos, porque sino dormir pasa de ser necesario a no valer la pena. Y esconderme en tu pelo, en tus brazos que me protegen de el mayor enemigo que he tenido y jamás voy a tener: Yo misma. 

No intentes encontrarle el sentido a algo que no lo tiene. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

Ven

Ven, me apetece bailar esta noche. Me apetece salir a helarnos de frío mientras yo corro y tu me persigues y el vaho que sale de mi boca se ve interrumpido por la tuya. 
Ven, me apetece pintar estrellas en el cielo esta noche. Me apetece contarlas una a una y decirte que todas ellas no podrían brillar tanto como lo hacen tus ojos cuando me miran. 
Ven, me apetece soñar esta noche. Me apetece sentarnos en el sofá tapadas con una enorme manta, y entrelazadas, soltar pensamientos de futuro al aire.
Ven, me apetece cocinarte algo esta noche. Me apetece hacerte algo de pasta, encender unas velas e improvisar una cena con All Time Low de fondo.
Ven, me apetece ver una película esta noche. Me apetece abrazarte y perdernos en otro mundo, o quizá en dos o quizá ni tan solo dejar que la peli se acabe.
Ven, me apetece hacerte mía esta noche. Me apetece recorrer tu piel a besos mientras mis manos te hacen suspirar sin remedio. 
Ven, me apetece decirte cosas bonitas al oído esta noche. Me apetece enredar mis dedos en tu pelo mientras te susurro que eres la chica más bonita que jamás pisará esta tierra. 
Ven, me apetece dormir a tu lado esta noche. Me apetece sentir como el sueño nos derrota y, fundiéndonos en una, intentamos dormir pese al frío de mi habitación. 
Ven, ven a mi lado todas las noches, ven a pasar las horas muertas conmigo... Para siempre. 

lunes, 28 de octubre de 2013

It's All Your Fault

Pasaba mi mano por tu espalda desnuda, dibujando con la yema de mis dedos figuras incoherentes. Dormías, o al menos, eso creía yo. Hacía varias horas que el sol se había asomado por las persianas entreabiertas de mi ventana y la luz, plácida y cálida, se paseaba por tu piel con la misma delicadeza que mi mano. Tu cabello rojo caía en cascada por la almohada con fundas negras. Enredé mi meñique en uno de tus mechones rizados y sonreí. Tu rostro parecía en paz, sereno a la vez que feliz.
Empecé a besarte el hombro, como una pequeña tentativa para sacarte de tu sueño. Por una vez, la realidad era mejor que el mundo onírico donde solía perderme para buscarte. Pero aquella mañana no lo necesitaba. Te tenía entera para mí, sin restricciones, sin reglas, sin compromisos, sin ataduras, solas tú y yo, en mi cama deshecha por la pasión de una noche en vela. Éramos poesía, incluso cuando tú estabas durmiendo y yo envenenando tu cuerpo con mis besos. 
Abres los ojos justo cuando decido morder ligeramente el lóbulo de tu oreja y la sorpresa hace que de tu boca se escape un suspiro, suspiro que rescato con mis labios. 
- Buenos días. - Te digo con una media sonrisa. Parpadeas un par de veces, me abrazas y bostezas. Te escondes y de repente, dejas de ser la chica segura que todos creen conocer y te conviertes en mi niña, mi pequeña chica asustada de un mundo hostil y cruel. - Duerme. - Te susurro al oído, pero te revuelves y me miras con tus grandes ojos castaños brillando tan intensamente, que soy incapaz de mantener la vista fija en ellos. Me muerdo el labio nerviosa. 
- ¿Qué pasa? - Preguntas inquieta. Se me escapa la risa y te molesta. Crees que me río de ti, pero nada más alejado de la verdad.
- Nada.- Te miro, y esta vez, mantengo mis ojos clavados en los tuyos.- Simplemente, soy feliz. 
Ríes y me abrazas con fuerza, intentando que entre nosotras no quede ni un solo centímetro. 


Y créeme cuando te digo que daría mi alma maldita por poder despertar cada mañana a tu lado. Porque es imposible resistirse a ser feliz cuando, estando contigo, me resulta tan fácil serlo. 


miércoles, 9 de octubre de 2013

Mi rosa con espinas

Podaba las rosas de su jardín una soleada tarde de Abril. Pequeñas gotas de sudor resbalaban por su espalda y frente. Diminutas perlas de esfuerzo que descendían por su pálida piel. Aquellas dos horas que dedicaba a su jardín las nombraba "las horas muertas". Solo estaban ella y sus flores, la hierba en sus pies desnudos, la pequeña naturaleza floreciente en sus manos. Y era en aquellos preciosos momentos de paz en los que se dedicaba a pensar, a recordar, a perderse en su propia mente, fuese lo que fuese lo que hubiese en su interior. Su cabeza, siempre llena de ideas, de proyectos, de problemas por solucionar, de tareas pendientes... Se despejaba por un par de horas, dejando atrás cualquier cosa que fuese negativa. Siempre pensaba que sus ratos a solas la salvaban de la incipiente locura que se cocía a fuego lento en algún rincón de su mente estúpida. 
Pasó la yema de sus dedos por uno de los pétalos de sus flamantes rosas. Ahora era cuando más espléndidas estaban, de hecho, podía pasarse aquellas dos horas simplemente cuidándolas, sin pensar en nada más. Pero aquella tarde, el suave tacto de la flor le recordó a tu piel. Cerró los ojos y acarició la superficie sedosa como si de tu espalda se tratara. La curva de tu columna, adentrándose en tu cuerpo y la cintura bajo sus manos, desnuda. Pero aquel pétalo también le recordó a tus labios. Húmedos de rocío, sedientos de sal, entreabiertos para ella, expectantes. Cogió las tijeras de podar y cortó un tallo que no pertenecía a la rosa y le hizo recordar lo que siente cuando te desnuda. Cada prenda que cae al suelo o a la cama, quitada a veces con prisa, a veces con calma. Hacía su propio camino hasta el paraíso. Olió el perfume que desprendían las flores y cerró los ojos, visualizando el color de tu pelo, igual que el de aquellas rosas que crecían ante si, y tu olor, ese que impregnaba las sábanas cuando te ibas, el que se quedaba marcado a fuego en su corazón. 
Suspiró y, sin mucho cuidado, dejó caer su mano, haciendo que una de las espinas rasgara la piel de su dedo índice. Se lo llevó a los labios y sonrió para sus adentros. Incluso las cosas más bellas podían dañarte si no ibas con cuidado. Todos tenemos espinas, incluso tú, su porción de perfección en este mundo oscuro y demacrado. Pero, aunque estuvieras envuelta de espinas y tu solo tacto la hiciera sangrar, seguiría deseándolo, seguiría amándote, con la adoración incondicional brillando en sus ojos. 
"¡Por Dios! La echo tanto de menos..." Pensó mientras veía el sol ponerse tras las montañas que rodeaban su humilde hogar. Volvió a mirar su rosal, aquel que había plantado porque le recordaba a ti. Suspiró apesadumbrada. Eres su rosa, su rosa con espinas, su luz, su vida, su oscuridad y su herida. Pero jamás, y tenlo presente, jamás, dejará de amarte, aunque los pétalos se marchiten, aunque se caigan, aunque se rompan, aunque crezcan más espinas, aunque te corten y te aparten de su lado.

Jamás es jamás. 

martes, 28 de mayo de 2013

Prisas y lluvia


Llueve, pero no me importa. Camino con calma, las manos en los bolsillos y la música en las orejas. La gente corre a mi alrededor. Odiaba las prisas. Una mujer chocó contra mi hombro, despistada. Chasqueé la lengua, molesta, pero seguí avanzando sin esperar una disculpa. El mundo iba demasiado rápido para mi gusto. Apreciaba la paz y el sosiego por el simple hecho de que por dentro, mi alma vivía en constante agitación. 

Me gustaban las cosas que solo se pueden disfrutar cuando las haces lentamente. Por ejemplo, tomarte un café calentito mientras lees un buen libro aposentado en un mullido sillón al lado del fuego. O cuando saboreas un helado tirado bajo el sol de verano. O esas duchas eternas bajo el agua humeante que te ayudan a relajarte ante cualquier problema. O esas caricias y besos tiernos y dulces que podrían durar una eternidad y nunca te cansarías de ellos. 
La lluvia calmaba mi mente. Me obligaba a detener el curso de mis pensamientos y a ordenarlos, colocarlos cada uno en su sitio. Era un buen momento para tomar decisiones, o, simplemente, para meditar sin que el resultado o la conclusión me llevaran a un ataque de ansiedad. Tan solo recordaba cosas, lo analizaba e inspeccionaba, sacando de ellos errores que no podía repetir. Experiencias vitales que me hacían crecer como persona. 
Observo a mi alrededor y solo veo autómatas. Todos corren hacia sus obligaciones. Padres y madres que van a buscar a sus hijos. Empresarios que hablan por el móvil acalorados, apartándose la corbata del cuello bajo un paraguas austero. Señoras mayores que han sido sorprendidas en medio de la compra y se refugian en algún escaparate. Jóvenes que corren porque se han dejado el paraguas en clase y no quieren estropearse el pelo o la ropa.
¿Tanto cuesta pararse cinco minutos a admirar la lluvia? ¿Es tan difícil dejar que te moje un poco, que el agua se lleve consigo tus propios nubarrones negros? ¿Y si algún día dejara de llover? ¿Y si esta es la última tormenta que puedes presenciar?
No me gustan las prisas, prefiero caminar bajo la lluvia sin paraguas. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Se aman


Dormían. Las piernas entrelazadas y la respiración tranquila. Un brazo rodeándola, la mano agarrada a la suya. Se acomoda, se esconde y tiembla. Tiene frío. Se acurruca en el calor que desprende. Sus cuerpos son uno, al igual que sus almas. Despierta. Abre los ojos y la contempla. Sus dedos acarician su piel, siempre tan suave. Sonríe y se pregunta si es merecedora de tanta perfección junta. Se mueve, la busca, nota su tacto y murmura su nombre. No es momento de pensar en nada más que no sea el ahora.
Sale el sol. Hablan. Murmullan palabras dulces al amanecer. Sus labios se buscan. Demasiado espacio entre las dos. Susurran sentimientos al oído y responden con besos tiernos, lentos, suaves, seda en la piel, amor en pequeñas dosis. Se miran y no dicen nada, pero a la vez lo gritan todo. Desbordan sentimientos y anhelos en las pupilas. Y se abrazan y se funden y se aman. Buscan un hoy mientras desean un para siempre.
Amantes, esclavas de la pasión y el deseo. Intensidad y ternura, es hielo y fuego, son las manos, la piel, los pelos de punta. Los suspiros se escapan, los besos se acumulan, los labios entreabiertos y la respiración agitada. Sábanas enredadas en pasiones desatadas. El cabello enredado, unas piernas que tiemblan, ojos que brillan. El sol se marca en su tensa espalda, la luz camina por sus pieles desnudas, cicatrices de amor, dientes en el cuello.
Piel contra piel, no hay barreras, solo el amor más puro y sincero. Sonríen, hablan y dormitan. Las horas pasan, observan su mirada, sus gestos, sus caricias eternas. Se aman y lo dicen, lo repiten porque parece que su voz no es suficiente. Bromean y ríen, sienten la ligereza de sus almas surcar su cuerpo. Felices. Saben que si existe un paraíso  lo han encontrado. Se adoran, luz en sus ojos y sonrisas en los labios. Hagan lo que hagan, no pueden evitar sentir, sentir con intensidad.
Se aman, a su manera, sin reservas, con miedos y dudas, con cariño, con ternura, con suavidad, con pasión, en silencio y a gritos, con cuidado, con torpeza, con detalles, con deseo, a tientas. Se aman hoy y se amarán mañana, se amarán para siempre.

martes, 14 de mayo de 2013

Face Down


Cuando escuchó las llaves girar en la cerradura, sus músculos entraron en tensión. Tragó saliva y continuó dándole vueltas a los pimientos verdes que tenía en el fuego. Oyó la puerta cerrarse violentamente, los zapatos caer de cualquier manera por el vestíbulo y el sonoro golpe contra el mueblecito, acompañado de la pertinente maldición. Se mordió el labio inferior y se aferró a la espátula. Hoy, venía realmente enfadado.
- Cariño, ¿Dónde estás? - gritó él desde el comedor con la voz pastosa de quien ha bebido demasiado. 
- En la cocina.- contestó, intentando parecer tranquila, pero sus palabras habían sonado exageradamente agudas. 
Apareció en la puerta, con la camisa manchada de cerveza y la corbata puesta de cualquier manera. Se acercó y la abrazó por la espalda, empezando a besarle el cuello con demasiado ímpetu. Ella se sobresaltó e intentó apartarse, pero sus manos le apresaban la cintura con fuerza. 
- Cielo, se me van a quemar los pimientos.- dijo en un susurro cargado de miedo. Él le resopló en el oido y se separó a regañadientes. Abrió la nevera y se sentó en el sofá, cerveza en mano.
Suspiró aliviada y vació la sartén en un plato, añadiéndole dos huevos fritos. Se lo llevó todo a su marido, que lo engulló con ansia. Ella se agarraba a la tela del sofá en completo silencio, esperando que él estuviera demasiado cansado y decidiese irse a dormir.
Pero no fue así.
Alejó el plato de su alcance y se acercó a su mujer completamente poseido por el deseo. Pasó una mano por su pecho, agarrándolo con demasiada intensidas, haciendo que ella soltara un gritito. 
- Sabes que te gusta, zorrilla.- dijo mientras metía su otra mano bajo la falda.- No te resistas.
- Déjame.- empezó a implorar ella, intentando apartarlo, pero era demasiado débil para poder con él. Cuando notó sus fríos dedos en la entrepierna, se escabulló como pudo y se alejó hasta la otra punta del comedor.- ¡He dicho que me dejes!- gritó con desesperación. 
Él se levantó con la ira chispeando en sus ojos, mezclada con la embriagadez de la cerveza. Dio un par de pasos hasta su mujer, la miró unos instantes, observando aquellos ojillos de bestia enjaulada y, sin pensárselo dos veces, le dio una sonora bofetada que la tiró al suelo. La sangre empezó a salir de su nariz y el golpe le había desenfocado la vista. Notó como él se agachaba a su lado y le agarraba el pelo, obligándole a levantar la cabeza.
- ¿Es que acaso te estás viendo con otro hombre?- preguntó enfurecido, pero, lo único que recibió como respuesta fueron sus sollozos.- ¡Contesta!- gritó mientras la zarandeaba con fuerza.
- N-no, no hay nadie más.- tartamudeó ella, empezando a llorar, haciendo que sus lágrimas se mezclasen con la sangre.
Su marido la tiró de cara al suelo y pudo oir como se bajaba la brageta a toda prisa. Notó un dolor agudo mientras él movía la cintura con violencia. No pudo evitar gritar y llorar, rezando para que él acabase rápido y la dejara en paz. Ni si quiera era capaz de decir ni una sola palabra, pues su cara había quedado apretada contra el suelo y la sangre de su nariz impregnaba la alfombra.
Al fin, él se levantó, y sin decir nada, se encerró en la habitación. A los pocos minutos, sus ronquidos eran lo único que rompía el imperioso silencia que se había instalado en el piso. La mujer se acurrucó en una esquina y vio una pequeña mancha de sangre en su falda. Hacía meses que aquella era su rutina diaria y ya no podía aguantarlo. Los moratones en su cuerpo cada vez eran más y los antiguos no acababan de curarse. Su nariz sangrababa con tan solo tocarla y cada vez que iba al baño, el papel se llenaba de una gran mancha rojiza. No tenía a nadie a quien acudir, ni padres, ni hermanos, ni si quiera vecinos. Estaba desesperada.
Una idea cruzó su mente. Con mucho esfuerzo, se levantó y se dirigió tambaleante hasta la cocina, donde agarró un enorme cuchillo. No tenía la fuerza suficiente para acabar con él, pero sí con ella misma. 
Su último pensamiento antes de clavarse el cuchillo en el estómago fue que, al menos, aquel hijo de puta tendría que cargar con su muerte durante toda su miserable vida.


jueves, 2 de mayo de 2013

Hablando sobre la vida

La vida es un suspiro. En cuanto te acostumbras a un cambio, llega otro. Y así constantemente. Hasta que nos llega la muerte. Entonces, no tienes opción, ni si quiera te da tiempo a aceptarlo, simplemente, te mueres. ¿Y qué hay después de esto? Unos dicen que el cielo o el infierno, otros hablan de reencarnación, y algunos no creen en nada. Siempre me ha gustado pensar que cuando me muera mi alma seguirá viva mientras alguien me recuerde. Puede que ni si quiera tenga alma, a lo mejor, ni si quiera soy un ente pensante independiente, quizá sea el producto de la imaginación de otro.
Y aún con esa incertidumbre volando sobre mi cabeza, no me queda otro remedio que vivir. Es lo único que puedo hacer, yo y todos. Y ya que tengo que vivir, debería hacerlo lo mejor que pueda. Pero, claro, eso no es fácil. Y si a alguien le parece fácil esta vida que venga a contarme su secreto. Pero, pese a todas las dificultades que se me han echado encima y que se me echarán, yo seguiré adelante. Porque, supongo que vale la pena hacerlo. Nadie me puede asegurar que cuando me muera podré contemplar una puesta de sol en verano u oír la lluvia en una tormentosa tarde primaveral.
Pero, por encima de todo, no sé si cuando me muera habré hecho todas aquellas cosas que alguna vez he deseado hacer. Creo que eso es lo que me mantiene con vida, los sueños. Si no fuera por estas ridículas metas ni yo, ni muchos otros, seguiriamos avanzando. Porque, aunque sea una chorrada, para ti eso es importante. Cada día, miles de personas se levantan de la cama porque tienen un objetivo que cumplir.
Siempre he sido una persona que se ha movido por retos, o por demostrarle a alguien que en realidad, soy más fuerte de lo que aparento. Creo que ha sido eso lo que me ha mantenido con vida. Me pasé años perdida y a la vez seguía queriendo demostrarle al mundo que no podría conmigo. Y aunque me rendí muchas veces, soy como el ave Fénix, renaciendo siempre de mis cenizas. Y en realidad, todos llevamos esa capacidad de reponernos después del desastre. Solo hay que encontrar la fortaleza suficiente para hacerlo.
Pero a veces, no puedes. Simplemente, eres incapaz de rehacer las piezas, de volver a montar tu puzzle interior. Y es entonces cuando los sueños y las metas no te sirven, porque tú mismo estás incompleto, eres como un coche al que le falta una rueda, hagas lo que hagas, te será imposible avanzar. Supongo que no somos de piedra, tampoco somos invencibles, podemos caer y no volvemos a levantar. Es una elección propia y nadie debería juzgarnos por ello. Si uno decide acabar con su viaje porque ha perdido el sentido, no puedes obligarle a vivir sin rumbo. A la larga, acaba siendo peor.
Cada mañana, cuando me despierto, me pregunto porque debería levantarme. Y me voy contestando, primero, pienso en las cosas más pequeñas, como, por ejemplo: "debo comprar tabaco". Puede sonar ridículo, pero, gilipolleces así hacen que acabe por salir de la cama. Pero cuando eso no funciona, voy enumerando metas más grandes que requieren un esfuerzo mayor por mi parte. Al final, siempre encuentras alguna excusa para mover el culo.

La vida es efímera, no sé cuanto tiempo se me ha dado, pero quiero aprovecharlo tanto como pueda.

lunes, 18 de marzo de 2013

Love is our resistance


Fumaba despacio, dejando que el humo ardiera en mis pulmones. La noche hacía tiempo que había caído. Las nubes tapaban el cielo y la oscuridad era la dueña del lugar. Pensaba en ti. Aunque eso, lo hacía a todas horas.  Me dedicaba a echarte de menos y he de decir, que se me daba muy bien. De hecho, no hacía otra cosa en todo el día más que eso. Puede parecer una pérdida de tiempo, pero supongo que sufrir tu ausencia forma parte de lo que conlleva amarte.
Pero lo llevo bien, sí, en serio. Bueno, vale, ¿a quién pretendo engañar? No tenerte cerca me consume por dentro. No es solo el simple hecho de que no puedo abrazarte cuando me da la gana, sino, más bien es que no puedo estar a tu lado cuando me necesitas. Eso, para mí, es casi insoportable. Porque, aunque soy buena con las palabras, no son suficientes para calmarte.
¿Qué tal unas alas para aparecer en tu ventana cada noche? Supongo que pido demasiado. Pero, privarme de estar entre tus brazos es privarme de descanso, de paz, de serenidad, de felicidad al fin y al cabo. Porque solo soy capaz de encontrar todos esos sentimientos y sensaciones cuando estoy contigo, cuando me dejo atrapar por tu mirada, cargada de amor y adoración hacia mí persona. Es increíble encontrarme con eso cada vez que nos vemos, es alucinante, fantástico. Perfecto, como tú misma, con todos tus defectos y malos ratos.
A veces, simplemente espero que sepas que mientras yo exista, no estarás sola. A veces, quiero que entiendas que si vivo es por ti. Quiero que comprendas que sin ti no puedo concebir la idea de un yo, que ya no somos entes separados sino que formamos un todo. Un todo, una vida, una eternidad, y me parece poco, ínfimo si me apuras. Porque a tu lado el tiempo corre en mi contra y sin ti, parece una losa de piedra pegada a mi cabeza, aplastándome, convirtiéndome en mísero polvo que solo lucha por volver a tu lado.
Solo era un alma perdida, me encontraste y ahora soy tuya. Tengo razones para alzarme otra vez, tengo algo por lo que luchar y ese algo eres tú. Y no sé exactamente porque lucho, al principio pensé que era por mí, luego me di cuenta de que tu espalda estaba junto a la mia. Luchamos por nosotras, porque por muchos monstruos que se nos echen encima, seguimos aquí, seguimos adelante.
Cometemos errores, nos hacemos daño, nos partimos en mil pedazos, pero sabemos algo, algo que nos mantiene a flote y es que nos amamos, y no podemos negarlo, ni esconderlo, porque es lo que nos hace seguir con vida, es lo que nos hace ser un “nosotras” y no un “tú y yo”. Es por lo que luchamos, es por lo que superamos miedos y dudas, es por lo que en tus brazos me siento a salvo, es por amor.

Nunca lo olvides, love is our resistance. 


jueves, 14 de marzo de 2013

Detrás de las cámaras


- Te esperan en el plató cinco en diez minutos, Jane.- dijo Carter sacando su fea cabeza por la puerta de mi camerino.
Suspiré, o más bien, podría decirse que resoplé cual caballo. ¿Aburrimiento? ¿Desgana? ¿Apatía? Ya no sabía qué demonios era aquel sentimiento que se apoderaba de mí cada mañana. Ni si quiera el potente café que me preparaba mi ayudante conseguía despertarme del todo. Estaba cansada, harta de aquella farsa, de todas las mentiras y  engaños que me envolvían. Aquella película estaba acabando con mi poca integridad mental.
Salí de la estancia casi arrastrando los pies. Juliet, la maquilladora, me miró enfadada.
- Jane, deberías dormir más, tu personaje no tiene ojeras, y taparlas, me cuesta horrores, cada vez están más lilas.- Intenté decir algo coherente, pero lo único que salió por mi boca fue un extraño gruñido.- Sabes que Mike está cansado de tu actitud ¿verdad?
- ¿Qué actitud, Juliet?- pregunté, más para contentarla que por verdadero interés. Me importaba poco lo que pensará o dejara de pensar Mike.
- Ya sabes.- musitó ella, acercando sus estropeados labios a mi oído.- A penas te muestras en público, no estás por la labor, parece como si no estuvieras del todo en este mundo.
Me quedé mirando mi reflejo durante unos instantes mientras ella aplicaba una enorme capa de maquillaje en mi rostro. ¿Estaba en este mundo? ¿O me había quedado atrapada en aquella terrible imagen? Todavía recordaba su silueta recortada por el sol de media tarde, sus pantalones bajados a la altura de las rodillas, su mano, aferrada al pelo largo y espeso de aquella niñata, moviendo su cabeza hacía delante y hacía atrás. Me quedé largo rato observándolos. Mi marido, el director de la mayor parte de mis películas con aquella niña entrometida que había contratado como ayudante.
- Jane, ¿me estás escuchando?- Juliet había acabado de pintar mi cara. Mis arrugas habían desaparecido, así como mis ojeras. Hacía bien su trabajo, sin duda.- Ve a cambiarte, tienes unos cinco minutos.
Me levanté del sillón, pero no me dirigí al vestuario. Me asomé al plató, y lo vi allí, sentado en su silla, con sus cincuenta años encima, las canas rodeándole el rostro y sus ojos clavados en el generoso escote de su ayudante. Me acerqué sigilosamente y rodeé su hombro con mi mano.
- Cariño, dejo la película.- anuncié. No era una idea meditada, ni si quiera lo había consultado con la almohada. Fue un impulso, un acto inconsciente de una mujer cansada de ser la imagen de una belleza inexistente, cansada de ser la dama de oro de su marido, cansada de todo y de nada en particular. Quizá me iría a un país lejano, a Europa, me encantaba Europa. Viajaría por Roma, Paris y Londres, sitios que solo había podido ver metida en mi larga limusina, lugares en los que solo había pisado la alfombra roja que disponían a las supuestas estrellas del cine. Pero para mi, ese mundo ya estaba agotado, consumido en mentiras, en una riqueza que había ganado como ahora esa niña ganaría. Simplemente, porque le había hecho una buena mamada a un joven director que le prometió la eterna gloria.
- Pero, Jane, no puedes dejar la película ahora.- dijo él, levantándose de su silla y apartando a su ayudante de un manotazo.- Estamos en pleno rodaje.
- Búscate a otra, yo me voy.- sentencié, dándole la espalda con decisión. Empecé a caminar y no paré hasta llegar a mi coche, donde mi chófer, me miró extrañado.- Llévame lejos Frank, tan lejos como puedas.  

lunes, 11 de marzo de 2013

Lost in stereo




La semioscuridad me envuelve, la estancia es iluminada por las luces parpadeantes de una bola de discoteca casera. La música resuena en los altavoces enchufados al ordenador, y mientras bailo, influida por el efecto embriagador de las drogas, no puedo dejar de mirarte. Saboreo aquella pequeña porción de locura que se destila en tu cuerpo convulso. Me apodero del detallado destello de tu pelo rojizo moviéndose arriba y abajo. Cantas como si mañana tuvieran que quitarte la voz y mientras desatas todo lo que llevas dentro, saltas de un lado a otro.
Sonrío, pues se te ve feliz. Intento parar el curso de mis pensamientos y simplemente, dejarme llevar yo también por la locura. Me miras. Tus labios entreabiertos forman una pícara sonrisa ladeada. Te acercas y te pones a mi espalda. Cadera contra cadera, empiezas a moverte y yo sigo tu ritmo dejando que tus manos se paseen por mi cuerpo. Siento tu respiración jadeante en mi hombro, tu voz cantando entre susurros en mi oreja.
Me giro, poso mis manos en tu cuello y, por un momento, decido observarte. Tu pelo alborotado cae disperso por tu cara. Lo aparto con cuidado y paso a fijarme en el intenso brillo de tus ojos, ligeramente enrojecidos. Deseo, ansia, pasión, necesidad, me embriagan, me atrapan, me sumergen en un pozo del que ni puedo ni quiero salir. Mi mano en tu nuca te acerca, la otra, sobre tu cintura, rompe la distancia que separaba nuestros cuerpos.
Y ya no puedo más, quizá sea porque el humo se ha metido en mi cabeza, quizá sea la música que se ha apoderado de mi ser, pero esta noche tus labios parecen más irresistibles de lo normal. Por eso me acerco y te beso. Me pierdo completamente en todo aquello que los sentidos me transmiten, no pienso, no actúo, no avanzo ni retrocedo, simplemente, me dejo llevar. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Motitas de polvo


En su casa, los domingos de limpieza eran sagrados. Después de desayunar, aún con el pijama puesto, cogía el plumero y empezaba a danzar por armarios, estanterías y muebles. Toda una fiesta para el polvo, que quedaba en el aire unos instantes y luego se volvía a posar en algún sitio grácilmente. A veces, le gustaría ser una motita de polvo. Aunque. En realidad, muchas veces se sentía como ellas, teletransportadas arriba y abajo sin ningún sentido, simplemente, se movían.
Su hermano le tiró un trapo húmedo a la cara y, distraída, empezó a pasarlo por una de las estanterías del estudio. Si algo le gustaba de su casa, era el estudio de su madre. Una estancia pequeña y absolutamente desordenada. Nadie se atrevía a entrar allí, era una especie de santuario prohibido. Sin embargo, a ella le encantaba pasearse por las cuatro estanterías allí dispuestas, las dos más grandes, para los libros y las demás para los cd’s. a veces, dejaba el trapo a un lado, analizaba la música y acababa por escoger un álbum al azar. Lo cogía con suma ternura, consciente de que si le rompía algo a su madre, directamente, la mataba entre los peores sufrimientos. Puso el cd en el gran reproductor y dejó que las primeras notas envolvieran la habitación. Linkin Park, el grupo que más escuchaba su progenitora, sonaba por el estudio.
Acabó con las estanterías y miró el escritorio dubitativa. La cantidad de papeles que ahí había era innombrable. El ordenador, siempre encendido, se había quedado en un documento Word con tan solo tres líneas escritas. Pasó el trapo por el teclado lleno de polvo, cogió la taza de café a medio acabar y limpió  la mancha que había dejado grabada en la madera. Se sentó en la gran silla de cuero negro, puso los pies encima de la mesa y empezó a cotillear papeles. Facturas, historias sin acabar, cuentos sin final, comunicados, cartas de admiradores y más facturas. Colocó cada cosa en su cajoncito y reordenó la cantidad de bolis, lápices y plumas que se congregaban en la gran mesa con cierto desorden artístico. Meneó la cabeza satisfecha con su trabajó y llevó la taza a la cocina.
La puerta del piso se abrió y su madre entró cargada de bolsas. Las dejó en la encimera, abrió la nevera y se puso a colocar cosas mientras se quejaba de su agente.
- Estoy harta de ese maldito engreído.- protestó poniendo las lechugas de cualquier manera.- Sabe que la reunión con los editores es mañana y me pone una conferencia el mismo día.- Tiró los huevos por ahí mientras su hija se la miraba, más preocupada por la comida que por lo que le iba diciendo.- Y encima tu hermano tiene entreno y estoy sola y no puedo encargarme de todo.
- Yo puedo ir a buscarlo.- se ofreció ella, acercándole un par de pizzas.
- Gracias cielo, eres un solete.- le dio un afectuoso beso en la frente.- ¿Puedes acabar de poner la compra en su sitio? Tengo que hacer una llamada importante.- asintió y la vio encerrarse en su estudio.
Cuando acabó con las innumerables bolsas, se coló otra vez en el pequeño rincón de su madre, se sentó en la silla y la observó dar vueltas arriba y abajo mientras discutía acaloradamente con alguien.
Desde que su otra madre se había marchado a un congreso de no sabía exactamente que, la casa era un caos. Entre los tres se las apañaban como podían pero la ausencia de orden y disciplina se notaba demasiado. A veces, cuando veía juntas a sus dos madres, se preguntaba cómo demonios podían estar juntas siendo tan diferentes. Una, era la perfecta imagen del desorden, la irracionalidad y la improvisación. La otra era todo lo contrario, pulcra, absolutamente lógica y no dejaba nunca un cabo suelto. Cuando discutían, una de las dos acababa por desaparecer unas horas hasta que volvía con las ideas claras para solucionar las cosas. Era como si sus diferencias no importasen. O, tal vez, era que las carencias de una las complementaba la otra y podían crear un equilibrio casi perfecto.
Pero lo que de verdad le hacía pensar que estaban hechas la una para la otra, era aquella mirada de admiración, amor y pasión que se veía en sus ojos cada vez que se observaban. Envidiaba a sus madres, ella también quería encontrar a alguien así, alguien que, pese a todo, la amara incondicionalmente. Su madre colgó el teléfono y cayó derrotada en el pequeño sofá que tenía en una esquina. Ella, decidió sentarse a su lado y abrazarla. Pese a que se parecía muchísimo más a su otra madre, tanto en carácter como de aspecto. Las quería a las dos por igual y sabía que cuando una de las dos faltaba en casa, ella debía procurar que su ausencia no se notara tanto.
Y allí, entre los brazos de su madre, acabó por concluir que, al fin y al cabo, todo éramos como motitas de polvo movidos arriba y abajo por los impulsos de nuestras emociones y pensamientos.  

viernes, 18 de enero de 2013

Huir


Abrió el armario con cuidado y suspiró. Empezó a sacar toda la ropa que durante veinte largos años había estado acumulando, y la fue separando en dos montones encima de la cama. Uno se quedaría allí para siempre, el otro se iría con ella. Observó sus camisetas de cuadros. Tres las dejó con sumo cuidado en un lado, una, su favorita, la puso en el otro. Sacó sus preciadas sudaderas y descartó dos, las demás, las dobló con delicadeza u las puso junto a la camiseta. Poco a poco, el armario y la cajonera se vaciaron. Cada prenda que decidía dejar atrás llevaba consigo un recuerdo, memorias que se quedarían en el olvido.
Dos horas tardó en tener lista la maleta. No se llevaría nada más a parte de su preciada mochila. Descolgó de la habitación pósters y fotos, cogió los objetos más personales y los fue metiendo en cajas. Libros, carpetas de recuerdos, libretas plagadas de escritos, todo, se quedaría allí junto a los recuerdos de una adolescencia marcada por la oscuridad. Se iba, lejos, para empezar de cero en un lugar donde su nombre fuera completamente desconocido. Miró el reloj, el tiempo jugaba en su contra si quería desaparecer sin despedirse de nadie.
Cogió las tres cartas que había escrito la noche anterior al amparo de la luz de una simple vela. Cogió la primera, la más larga, dirigida a sus padres y la metió dentro de un sobre donde escribió “papá, mamá” con letra clara. No quiso releerla, pues temía ponerse a llorar, o peor, echarse atrás en su huida. Miró la segunda, la dobló y la puso en otro sobre donde escribió el nombre de su hermano. Lo echaría de menos, pero sabía que la entendería y que, dentro de unos años, volverían a verse. Y finalmente, la tercera carta, dirigida a su primo, aunque sería más correcto decir mejor amigo. Le prometía volver para llevárselo consigo algún día. Él, también merecía escapar.
Suspiró, dejó los tres sobres en un sitio visible, cogió la maleta y la mochila y las colocó en el coche. Se encendió un cigarrillo y fumó pausadamente, observando el calmado paisaje que se postraba a sus pies. La ciudad, lejana y ajena a las montañas que la rodeaban, seguía su ritmo frenético. Dio una vuelta sobre sí misma, preguntándose si en el futuro volvería a pasear por aquellos salvajes bosques. Apagó lo poco que quedaba de cigarrillo y se metió en el coche, poniendo la música lo más alta posible, intentando retener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos inevitablemente.
Conducía con rapidez, siguiendo el ritmo de las canciones que iban sonando. Finalmente, llegó a su destino. Cogió el móvil, envió un mensaje y esperó. Diez minutos después, una alta chica de pelo rojizo dejaba una maleta al lado de la suya y se sentaba a su lado sonriente.
- No hace falta que vengas conmigo si no quieres.- dijo mirándola directamente a los ojos, sabiendo que si ahora ella se echaba atrás no tendría fuerzas para marcharse. La chica meneó la cabeza un par de veces, sonrió y le dio un ligero beso en los labios.
- Arranca o perderemos el avión.- contestó recostándose en el sillón.
Se iban, las dos, lejos de allí. Su primer destino sería Londres, pero el mundo entero estaba esperando su visita y cada pequeño rincón tenía algo que ofrecerles. Era ahora, cuando empezaba su verdadera vida. 

lunes, 14 de enero de 2013

Es el juego del deseo

Un temblor, escalofríos por mi espalda. Una caricia, la ternura en tus dedos. Un beso, la eternidad en un instante. Me muerdes, mis uñas en tu espalda. Es el juego del deseo es la lucha del placer. La batalla de mis labios contra los tuyos, la pelea de nuestras lenguas, a ver quien puede más, a ver quien cede menos. 
La miel de tus ojos se derrite en mi piel. Ya no hay reglas, solo el primario instinto de cazador y presa. Tú te dejas, yo domino. Los papeles cambian, tú me controlas, yo suspiro. Mis dedos avanzan, tu piel me alcanza y entre suspiros desatas las cuerdas que me sujetan a la realidad desvaneciéndome entre tus sábanas. 
Es mi corazón que late por ti, es tu respiración que se agita por mi. Es la música de nuestras caricias, tímida tentativa del deseo. Veo brillar tus ojos, pasión desenfrenada en tus labios. Nos sobra la ropa, nos falta tiempo, se escurre entre nuestros dedos, la noche pasa, el sol ilumina mi blanquecina piel. He ganado la eternidad en un grito. 
Tu nombre en mi espalda, tiemblan tus dedos. Mis labios en tu cuello, tus manos en mi piel. Las risas nerviosas, los suspiros inevitables. Tú y yo, nada más importa. Las horas se pasan, incansable es el poder del deseo. Pero tus ojos se cierran mientras mis manos se pierden en tu pelo, tu respiración se calma, te acurrucas y duermes.
La fugacidad de un sueño se desvanece en estas palabras. 

jueves, 10 de enero de 2013

Reflexionando sobre zapatos


Zapatos… Curioso artefactos, sin duda. ¿Dónde estaría el ser humano sin un buen par de zapatos? No me imagino a los soldados romanos caminando largas distancias sin sus preciadas sandalias. Aunque, claro, también es verdad que los hombres de las cavernas no llevaban zapatos. Pero, si me permitís el atrevimiento, me imagino los pies de aquellas criaturas como los de los Hobbits de J.R.R Tolkien, grandes, duros y peludos. Vaya… Eso último ha parecido otra cosa…
Pero, centrándonos en la más estricta actualidad, no somos nadie sin zapatos. No seríamos capaces de dar dos pasos sin la calidez de un buen calzado en nuestros piececillos, suaves e indefensos. Y solo nos los quitamos en ocasiones especiales, ya sabéis, cuando queremos notar el agua de la playa entre nuestros dedos o la hierba recién cortada de nuestro jardín. Todo muy bucólico y peliculero. Pero nadie habla sobre la incómoda y horrible arena que se te engancha en los pies mojados o de la araña que pasa por tu estupendo jardín y decide instalarse en tu pie. No, decididamente, de eso no se habla.
No estamos en una sociedad realista. A nadie le apetece darse cuenta de que nada es tan bonito como alguien te lo pueda pintar. Por ejemplo, siguiendo el ejemplo de nuestros queridos zapatos, ¿Por qué tienes que llevar cierto tipo de calzado dependiendo de adonde vayas? ¿Por qué no puedo entrar en una discoteca con unas converse e ir a trabajar con zapatillas de ir por casa? ¿Por qué? Simplemente, la sociedad así lo ha impuesto.
Lo mismo pasa con la ropa. ¿Por qué un ejecutivo de una gran empresa no puede ir a trabajar vestido como si fuera a pasear al perro? ¿Es que acaso el traje tiene una especie de influencia ancestral en el cerebro del ser humano que ayuda a pensar mejor? ¿O quizá es que la corbata, escañando cuellos desde tiempos inmemoriales, ayuda a que el rendimiento de los trabajadores sea mayor? ¿Sinceramente? Yo creo que todos rendimos mejor trabajando en chándal. O en lo que a cada uno le parezca más cómodo, podríamos ir hasta desnudos. Bueno, no, creo que eso último ha sido demasiado radical incluso para mí. Pero, seriamente, ¿qué utilidad le veis a un traje a no ser que sea para poner cachonda a una mujer o a un hombre homosexual? Porque yo solo lo veo adecuado para eso…
Pero, sin duda alguna, volviendo a los zapatos, el peor calzado, el más demoníaco donde los haya, son los tacones. Es algo que escapa a mi comprensión. ¿Por qué las mujeres tenemos que torturarnos de esta manera? Le he estado dando vueltas y de verdad que no les encuentro utilidad alguna. Y ahora seguro que muchos dirán “Oh, pero es que los tacones ayudan a las chicas bajitas a parecer más altas”. Sí, sí, eso está muy bien, pero ¿para qué quieres fingir algo que no eres? Cuando te quites esos zapatos de tacón de tres metros, seguirás siendo igual de bajita. Pero, lo que es más importante, si las mujeres de estatura baja se ponen tacones para parecer altas… ¿Por qué los hombres bajitos no hacen lo mismo? Después de preguntarme esto, llegué a la conclusión de que los tacones, tan delicados y elegantes, causantes de miles de torceduras de tobillo y ampollas en los pies, son un invento de un hombre.
Y es por todo esto que yo voy a las discotecas con unas preciosas vans, me niego a ponerme tacones y voy vestida como me da la gana, cuando me da la gana y donde me da la gana. A eso se le llama libertad, y es algo por lo que todos deberíamos luchar algún día.