Podaba las rosas de su jardín una soleada tarde de Abril. Pequeñas gotas de sudor resbalaban por su espalda y frente. Diminutas perlas de esfuerzo que descendían por su pálida piel. Aquellas dos horas que dedicaba a su jardín las nombraba "las horas muertas". Solo estaban ella y sus flores, la hierba en sus pies desnudos, la pequeña naturaleza floreciente en sus manos. Y era en aquellos preciosos momentos de paz en los que se dedicaba a pensar, a recordar, a perderse en su propia mente, fuese lo que fuese lo que hubiese en su interior. Su cabeza, siempre llena de ideas, de proyectos, de problemas por solucionar, de tareas pendientes... Se despejaba por un par de horas, dejando atrás cualquier cosa que fuese negativa. Siempre pensaba que sus ratos a solas la salvaban de la incipiente locura que se cocía a fuego lento en algún rincón de su mente estúpida.
Pasó la yema de sus dedos por uno de los pétalos de sus flamantes rosas. Ahora era cuando más espléndidas estaban, de hecho, podía pasarse aquellas dos horas simplemente cuidándolas, sin pensar en nada más. Pero aquella tarde, el suave tacto de la flor le recordó a tu piel. Cerró los ojos y acarició la superficie sedosa como si de tu espalda se tratara. La curva de tu columna, adentrándose en tu cuerpo y la cintura bajo sus manos, desnuda. Pero aquel pétalo también le recordó a tus labios. Húmedos de rocío, sedientos de sal, entreabiertos para ella, expectantes. Cogió las tijeras de podar y cortó un tallo que no pertenecía a la rosa y le hizo recordar lo que siente cuando te desnuda. Cada prenda que cae al suelo o a la cama, quitada a veces con prisa, a veces con calma. Hacía su propio camino hasta el paraíso. Olió el perfume que desprendían las flores y cerró los ojos, visualizando el color de tu pelo, igual que el de aquellas rosas que crecían ante si, y tu olor, ese que impregnaba las sábanas cuando te ibas, el que se quedaba marcado a fuego en su corazón.
Suspiró y, sin mucho cuidado, dejó caer su mano, haciendo que una de las espinas rasgara la piel de su dedo índice. Se lo llevó a los labios y sonrió para sus adentros. Incluso las cosas más bellas podían dañarte si no ibas con cuidado. Todos tenemos espinas, incluso tú, su porción de perfección en este mundo oscuro y demacrado. Pero, aunque estuvieras envuelta de espinas y tu solo tacto la hiciera sangrar, seguiría deseándolo, seguiría amándote, con la adoración incondicional brillando en sus ojos.
"¡Por Dios! La echo tanto de menos..." Pensó mientras veía el sol ponerse tras las montañas que rodeaban su humilde hogar. Volvió a mirar su rosal, aquel que había plantado porque le recordaba a ti. Suspiró apesadumbrada. Eres su rosa, su rosa con espinas, su luz, su vida, su oscuridad y su herida. Pero jamás, y tenlo presente, jamás, dejará de amarte, aunque los pétalos se marchiten, aunque se caigan, aunque se rompan, aunque crezcan más espinas, aunque te corten y te aparten de su lado.
Jamás es jamás.
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