martes, 14 de mayo de 2013

Face Down


Cuando escuchó las llaves girar en la cerradura, sus músculos entraron en tensión. Tragó saliva y continuó dándole vueltas a los pimientos verdes que tenía en el fuego. Oyó la puerta cerrarse violentamente, los zapatos caer de cualquier manera por el vestíbulo y el sonoro golpe contra el mueblecito, acompañado de la pertinente maldición. Se mordió el labio inferior y se aferró a la espátula. Hoy, venía realmente enfadado.
- Cariño, ¿Dónde estás? - gritó él desde el comedor con la voz pastosa de quien ha bebido demasiado. 
- En la cocina.- contestó, intentando parecer tranquila, pero sus palabras habían sonado exageradamente agudas. 
Apareció en la puerta, con la camisa manchada de cerveza y la corbata puesta de cualquier manera. Se acercó y la abrazó por la espalda, empezando a besarle el cuello con demasiado ímpetu. Ella se sobresaltó e intentó apartarse, pero sus manos le apresaban la cintura con fuerza. 
- Cielo, se me van a quemar los pimientos.- dijo en un susurro cargado de miedo. Él le resopló en el oido y se separó a regañadientes. Abrió la nevera y se sentó en el sofá, cerveza en mano.
Suspiró aliviada y vació la sartén en un plato, añadiéndole dos huevos fritos. Se lo llevó todo a su marido, que lo engulló con ansia. Ella se agarraba a la tela del sofá en completo silencio, esperando que él estuviera demasiado cansado y decidiese irse a dormir.
Pero no fue así.
Alejó el plato de su alcance y se acercó a su mujer completamente poseido por el deseo. Pasó una mano por su pecho, agarrándolo con demasiada intensidas, haciendo que ella soltara un gritito. 
- Sabes que te gusta, zorrilla.- dijo mientras metía su otra mano bajo la falda.- No te resistas.
- Déjame.- empezó a implorar ella, intentando apartarlo, pero era demasiado débil para poder con él. Cuando notó sus fríos dedos en la entrepierna, se escabulló como pudo y se alejó hasta la otra punta del comedor.- ¡He dicho que me dejes!- gritó con desesperación. 
Él se levantó con la ira chispeando en sus ojos, mezclada con la embriagadez de la cerveza. Dio un par de pasos hasta su mujer, la miró unos instantes, observando aquellos ojillos de bestia enjaulada y, sin pensárselo dos veces, le dio una sonora bofetada que la tiró al suelo. La sangre empezó a salir de su nariz y el golpe le había desenfocado la vista. Notó como él se agachaba a su lado y le agarraba el pelo, obligándole a levantar la cabeza.
- ¿Es que acaso te estás viendo con otro hombre?- preguntó enfurecido, pero, lo único que recibió como respuesta fueron sus sollozos.- ¡Contesta!- gritó mientras la zarandeaba con fuerza.
- N-no, no hay nadie más.- tartamudeó ella, empezando a llorar, haciendo que sus lágrimas se mezclasen con la sangre.
Su marido la tiró de cara al suelo y pudo oir como se bajaba la brageta a toda prisa. Notó un dolor agudo mientras él movía la cintura con violencia. No pudo evitar gritar y llorar, rezando para que él acabase rápido y la dejara en paz. Ni si quiera era capaz de decir ni una sola palabra, pues su cara había quedado apretada contra el suelo y la sangre de su nariz impregnaba la alfombra.
Al fin, él se levantó, y sin decir nada, se encerró en la habitación. A los pocos minutos, sus ronquidos eran lo único que rompía el imperioso silencia que se había instalado en el piso. La mujer se acurrucó en una esquina y vio una pequeña mancha de sangre en su falda. Hacía meses que aquella era su rutina diaria y ya no podía aguantarlo. Los moratones en su cuerpo cada vez eran más y los antiguos no acababan de curarse. Su nariz sangrababa con tan solo tocarla y cada vez que iba al baño, el papel se llenaba de una gran mancha rojiza. No tenía a nadie a quien acudir, ni padres, ni hermanos, ni si quiera vecinos. Estaba desesperada.
Una idea cruzó su mente. Con mucho esfuerzo, se levantó y se dirigió tambaleante hasta la cocina, donde agarró un enorme cuchillo. No tenía la fuerza suficiente para acabar con él, pero sí con ella misma. 
Su último pensamiento antes de clavarse el cuchillo en el estómago fue que, al menos, aquel hijo de puta tendría que cargar con su muerte durante toda su miserable vida.


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