Estaba llegando a Barcelona, esa ciudad que
tanto me fascinaba, quizá por la gente, por los edificios o por sus calles,
siempre llenas de historias que contar. Bajé del tren i salí por fin a la luz
del sol de verano. Hacía un calor horrible, bueno, calor no, más bien bochorno.
En menos de unos minutos me sentía pegajosa y sudada, así que decidí ir a tomar
algo. Saqué la cartera de la mochila que llevaba colgada en un hombro, llevaba
por lo menos tres cientos euros, dinero que había ganado con mi último trabajillo.
No debía gastármelo así como así. Además todas las terrazas estaban llenas de
gente, turistas la mayoría.
Así pues seguí caminando sin ningún rumbo
fijo. Sí, me había ido de casa, pero no tenía destino claro, nunca lo había
tenido, era libre, al menos eso me parecía en aquellas primeras horas de paseo
por la ciudad de mis sueños. Llegue a la playa, a reventar de gente, seguí
caminando hasta situarme delante de un bloque de pisos destartalados en un
pequeño callejón del barrio del Rabal. Me acerqué al interfono y piqué al
segundo piso.
- ¿Si?.- preguntó la voz de mi amigo Santi
- Hola.- dije yo con la voz un tanto
rasgada.- ábreme por favor
- ¡Laura!- exclamó el encantado.- sube por
las escaleras, el ascensor sigue averiado.
Empujé la pesada puerta después de oír el
estridente ruido que salía del interfono y empecé a subir las mugrosas
escaleras. Santi era un amigo de la infancia, confidente, ex novio, pero sobre
todo, era una de las pocas personas en que había podido confiar siempre. Quizá
por eso, cuando me pidió que saliéramos juntos le dije que si, aun que nunca
hubiese podido estar enamorada de él. Fue un error por mi parte, porque aquello
se acabó pronto, y le hice daño, cosa que todavía no sé cómo me lo ha
perdonado. Pero el pasado, pasado está y además eso ocurrió hace unos años,
ahora todo era como siempre. Llegue delante de la puerta entreabierta y la
empujé con cuidado, sentado en el viejo sofá que se había encontrado en la
basura, estaba el, en calzoncillos fumándose un cigarrillo, con su cabello
negro alborotado, cayéndole encima de los ojos.
- Hacia mucho que no te pasabas por aquí.-
dijo el mirándome acusador.- ¿qué te pasó?
- Intenté ser una niña buena.- dije
sentándome a su lado mientras le daba una larga calada a su cigarro.- ya sabes,
estudiar, portar-me bien, dejar de fumar.- el sonrió por lo bajo y yo le
devolví la sonrisa.- pero no va conmigo
- ¿Te has ido de casa verdad?.- dijo el
sonriendo socarronamente
- Si, y no me arrepiento de ello, tenía ganas
de salir de esa cárcel, de huir, como hiciste tu
- Lo mío era diferente.- me dijo, esta vez
seriamente
- Lo sé, pero siempre te he envidiado.- dije
apoyando la cabeza en el respaldo del sofá.- hace demasiado tiempo que persigo
la libertad
- Sabes que eso no existe.- dijo el apagando
el cigarrillo que habíamos estado compartiendo.- pero si estar en mi casa te
hace sentir libre, aquí tendrás siempre un sitio
- Gracias.- le dije yo abrazándole
fuertemente.- no se qué haría sin ti.- le susurré
- Nada, eso se ve a simple vista.- dijo el
separándose y riendo por lo bajo. Yo le pegué un suave puñetazo en el hombro y
me levanté para comer algo.
A veces pensaba que Santi era el único hombre
que merecía la pena, y sin embargo lo había dejado escapar cuando era
totalmente mío. Y todo por esa dichosa libertad. Siempre la he buscado, con
todas mis fuerzas, la he soñado e imaginado millones de veces. Pero cuanto más
pienso en ella más me parece una ilusión.
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