domingo, 8 de enero de 2012

Sueños y huidas II


Estaba llegando a Barcelona, esa ciudad que tanto me fascinaba, quizá por la gente, por los edificios o por sus calles, siempre llenas de historias que contar. Bajé del tren i salí por fin a la luz del sol de verano. Hacía un calor horrible, bueno, calor no, más bien bochorno. En menos de unos minutos me sentía pegajosa y sudada, así que decidí ir a tomar algo. Saqué la cartera de la mochila que llevaba colgada en un hombro, llevaba por lo menos tres cientos euros, dinero que había ganado con mi último trabajillo. No debía gastármelo así como así. Además todas las terrazas estaban llenas de gente, turistas la mayoría.
Así pues seguí caminando sin ningún rumbo fijo. Sí, me había ido de casa, pero no tenía destino claro, nunca lo había tenido, era libre, al menos eso me parecía en aquellas primeras horas de paseo por la ciudad de mis sueños. Llegue a la playa, a reventar de gente, seguí caminando hasta situarme delante de un bloque de pisos destartalados en un pequeño callejón del barrio del Rabal. Me acerqué al interfono y piqué al segundo piso.
- ¿Si?.- preguntó la voz de mi amigo Santi
- Hola.- dije yo con la voz un tanto rasgada.- ábreme por favor
- ¡Laura!- exclamó el encantado.- sube por las escaleras, el ascensor sigue averiado.
Empujé la pesada puerta después de oír el estridente ruido que salía del interfono y empecé a subir las mugrosas escaleras. Santi era un amigo de la infancia, confidente, ex novio, pero sobre todo, era una de las pocas personas en que había podido confiar siempre. Quizá por eso, cuando me pidió que saliéramos juntos le dije que si, aun que nunca hubiese podido estar enamorada de él. Fue un error por mi parte, porque aquello se acabó pronto, y le hice daño, cosa que todavía no sé cómo me lo ha perdonado. Pero el pasado, pasado está y además eso ocurrió hace unos años, ahora todo era como siempre. Llegue delante de la puerta entreabierta y la empujé con cuidado, sentado en el viejo sofá que se había encontrado en la basura, estaba el, en calzoncillos fumándose un cigarrillo, con su cabello negro alborotado, cayéndole encima de los ojos.
- Hacia mucho que no te pasabas por aquí.- dijo el mirándome acusador.- ¿qué te pasó?
- Intenté ser una niña buena.- dije sentándome a su lado mientras le daba una larga calada a su cigarro.- ya sabes, estudiar, portar-me bien, dejar de fumar.- el sonrió por lo bajo y yo le devolví la sonrisa.- pero no va conmigo
- ¿Te has ido de casa verdad?.- dijo el sonriendo socarronamente
- Si, y no me arrepiento de ello, tenía ganas de salir de esa cárcel, de huir, como hiciste tu
- Lo mío era diferente.- me dijo, esta vez seriamente
- Lo sé, pero siempre te he envidiado.- dije apoyando la cabeza en el respaldo del sofá.- hace demasiado tiempo que persigo la libertad
- Sabes que eso no existe.- dijo el apagando el cigarrillo que habíamos estado compartiendo.- pero si estar en mi casa te hace sentir libre, aquí tendrás siempre un sitio
- Gracias.- le dije yo abrazándole fuertemente.- no se qué haría sin ti.- le susurré
- Nada, eso se ve a simple vista.- dijo el separándose y riendo por lo bajo. Yo le pegué un suave puñetazo en el hombro y me levanté para comer algo.
A veces pensaba que Santi era el único hombre que merecía la pena, y sin embargo lo había dejado escapar cuando era totalmente mío. Y todo por esa dichosa libertad. Siempre la he buscado, con todas mis fuerzas, la he soñado e imaginado millones de veces. Pero cuanto más pienso en ella más me parece una ilusión. 

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