El tren no llegaba. Normalmente siempre se
retrasaba un poco, pero aquella vez ya pasaban veinte minutos de la hora
normal. Me senté en uno de los bancos rojos de la estación y me encendí un
cigarrillo. Debía haber ocurrido un accidente, quizá un suicidio. Suicidio, que
palabra tan inquietante y tentadora para algunos. Expulsé el humo con calma y
miré a mí alrededor. Estaba sola, esperando un tren que me llevaría lejos de
los míos, de mi familia y amigos. Quizá la decisión de huir no era la más
acertada en mi situación, pero necesitaba un cambio de aires, sentir que
continuaba viva.
La voz de megafonía anunció que el tren se
demoraría diez minutos más. Apagué el cigarrillo con cuidado, una abuela que
tenia al lado me miró acusadora. Si, sabía perfectamente que en las estaciones
no se podía fumar, pero todo el mundo se saltaba esa maldita ley. Chorradas,
todo lo que hacían los gobiernos eran chorradas. Bueno, quizá esto no, pero
otras cosas sí. Que si crisis, que si corrupción, que si políticos inútiles y
otras pamplinas. España se estaba yendo a pique, como yo.
El tren por fin llegó, subí sin mucha prisa y
me senté en el primer sitio libre que vi. A mi lado un niño jugaba con una de
las innumerables consolas que había actualmente. Me reí para mis adentros,
recordando mi vieja y enorme game boy color, aquella carraca que tantas
partidas había pasado a mi lado. Ahora los niños nacían con una máquina bajo el
brazo. También es cierto que yo no me quedaba atrás, me había comprado innumerables
aparatos electrónicos, ordenadores, móviles, consolas etc. No me podía quejar,
pero me quejaba, porque la sociedad me pide que tenga más. No me voy a engañar,
no es la sociedad, soy yo que no me se conformar. Siempre quiero más y mejor,
no tengo límites.
El niño estaba jugando a Pokemon, aquel
magnífico y estupendo juego de Pokemon, recordaba la mayoría de nombres de esos
extraños animales, diseñados para luchar a mis órdenes. A mis diecinueve años,
todavía me gustaban ese tipo de cosas. Seguí mirando la partida del niño, que
ya estaba a punto de pasarse el juego, pero parecía que estaba un poco
encallado.
- Oye.- le dije.- si utilizas eso.- le dije
señalándole el ataque perfecto para derrotar al último entrenador.- ganarás en
menos de cinco minutos
- Gracias.- dijo el sonriéndome.
Si, solo fue una sonrisa, pero me tranquilizo
durante todo el viaje, que por cierto, me lo pase aconsejando al niño, que
estaba encantado conmigo. La que no parecía tan contenta, era la supuesta
madre, que tenía la mirada fijada en mí. Bueno, he de aclarar que mi aspecto
era bastante mejorable, pero actualmente nadie se sorprende de una chica con
una sudadera ancha, tejanos y bambas. Me gustaba lo sencillo, la comodidad,
casi nunca me había puesto tacones ni faldas, no me maquillaba, y a penas me
peinaba por las mañanas. Pero pese a
ello mi aspecto era perfectamente respetable.
- Vamos hijo.- dijo la madre cuando llegaron
a su destino.- debemos bajarnos ya.- el niño se la miró tristemente y se
despidió de mi pidiéndome un último consejo
- Entrena duro y llegaras muy lejos.- le dije
yo solemnemente, y no pude hacer más que reírme de mis ocurrencias.
Realmente a veces pensaba que estaba un poco
chalada. Demasiados libros y películas, demasiadas aventuras al lado de
personajes tan míticos como Harry Potter, Luke Skywalker, Frodo Bolson, Sora y
Riku, Cloud Strife, Son Goku y Vegeta, y muchos otros que han llenado mi mente
de fantasías absurdas. Los videojuegos, los libros, las películas y la música
eran las cuatro cosas imprescindibles en mi vida, y puedo decir que los he
tenido todos a partes más o menos iguales.
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