viernes, 27 de enero de 2012

El Mirador

Caminaba por la calle a altas horas de la noche. el frío me calaba los huesos, pero yo seguía andando. En una mano llevaba una botella de vodka barato que había encontrado en mi habitación, en la otra un cigarrillo a medias. Mis mejillas derramaban lágrimas de frustración y de dolor. Seguí avanzando, un tanto tambaleante. Las calles estaban desiertas, era un miércoles a las cinco de la mañana y yo allí, con un destino claro y el corazón en un puño. El viento me azotaba la cara y me removía los cabellos con suavidad, casi como la ultima caricia que notaria esa noche. Llegué a un pequeño camino de grava, no veía nada así que decidí sacar la linterna que previamente había cogido antes de salir de casa. Caminé durante un rato que me pareció eterno, dando pequeños tragos a la botella de vodka. Ya no lloraba, simplemente me reía de mi misma. ¿Dónde me creía que estaba yendo? Cada vez reía más y más alto, una risa histérica que demostraba la poca cordura que me quedaba en aquellos momentos. Tuve que sentarme un momento porque no podía aguantarme de pie a causa de aquel ataque de risa, que pronto se convirtió en un llanto desenfrenado. Lloraba por la vida que perdía a cada paso que daba, por todo lo que dejaba atrás y por todo lo que me empujaba a seguir por aquel angosto camino. 
Me levanté despacio y le di un largo trago al liquido transparente que se estaba acabando demasiado rápido para mi gusto. Al fin llegué a mi destino, el mirador de mi pueblo, situado a unos 500 metros de altura, des de dónde se veía gran parte de la ciudad, y además se apreciaba el mar como una pequeña franja azul al fondo del paisaje. Me acerqué a la valla que separaba el mirador del acantilado en que estaba colocado. Las vistas eran preciosas, las luces tililantes de las casas formaban un manto de colores borrosos, algunas de ellas se movían, no se si por mi estado o porque eran las luces de algún coche. Pronto el sol empezó a iluminar el día, la botella de vodka se había acabado y ahora estaba fumándome otro cigarrillo mientras pensaba en mis cosas. Sabía perfectamente que había venido a hacer allí, la idea había estado en mi cabeza des de hacía meses, germinando y creciendo como un virus que al final había infectado toda mi mente. Me levanté y busqué el pequeño agujero que hacía años que se había hecho en la valla, lo traspasé y me acerqué sigilosamente al borde del acantilado y observé el panorama. Una larga ladera rocosa dominaba el suelo, y al fondo un riachuelo se abría camino entre la roca, en definitiva era una caída mortal.  
Suspiré, estaba decidida a hacerlo, avancé poco a poco, cerré los ojos, pero cuando sentí mi pie derecho flotando en el vacío retrocedí unos pasos. Moví la cabeza de un lado a otro, ¿De verdad quería eso? ¿Era tan cobarde como para huir de esa manera? Las rodillas me fallaron y las lágrimas volvieron a mis ojos, desbordando otra vez toda aquella oscuridad que recorría mi cuerpo como un ácido que me corroía el alma y el corazón. Sí, deseaba hacerlo, ¿para que seguir en un mundo que no tenía un sitio para ti? ¿ por que continuar siempre caminando cuando puedes quedarte eternamente en la cuneta de tus pesadillas?
Pero había algo en mi que me empujaba a no seguir avanzando, esa parte humana de supervivencia que milagrosamente aún conservaba. Volvía otra vez esa lucha interior, entre lo que me mandaba el corazón y lo que me dictaba la razón, entre lo que sentía y lo que dejaba atrás. Me levanté de repente asustada. El aire se había vuelto denso, lo podría haber cortado con unas tijeras, un frío paralizador se había apoderado del mirador, sentía en mi hombro una mano apretándome fuertemente. Retuve el aliento durante unos segundos y me giré asustada. El dueño de aquella mano era un chico de cabellos y ojos negros como la noche que hacía menos de unas horas me envolvía. Tenía la piel pálida y una sonrisa entre pícara y amenazadora en los labios. Vestía con una camisa y unos pantalones oscuros y seguía con la mano en mi hombro, ahora con mucha menos fuerza.
- Perdona.- dijo con una voz suave, acaramelada y tentadora.- pensaba que querías tirarte.- le sonreí tristemente, no iba muy desencaminado.- ¿estas bien?.- me preguntó mirándome a los ojos
- Sí.- dije, no muy convencida, había algo en él que me impulsaba a abrirle mis sentimientos.- Bueno quizá no.- el me devolvió la sonrisa y me puso la otra mano en el otro hombro
- Si quieres hablar, puedes hacerlo.- me dijo amablemente, y no se muy bien porque empecé a contarle que había llegado hasta aquí con la intención clara de tirarme por el acantilado pero que en el último momento el miedo me había invadido y que ahora estaba debatiendo mi propia muerte conmigo misma.
- Creo que voy a volver a casa.- le dije en un momento de debilidad. Su sonrisa se congeló, sus ojos se volvieron fríos y sus manos apretaron mis hombros hasta quedarse marcadas en mi piel.- ¿Que demonios...? .- empecé a preguntarle, pero de repente me empujó fuertemente hacía atrás. Yo esperaba caer en el suelo, pero lo único que sentí fue el vacío, una caída sin retorno, el miedo oprimiendome el pecho, y finalmente un fuerte golpe en la cabeza. Lo último que pensé fue que me hubiese gustado hacer algunas cosas antes de acabar mi camino, pero en el fondo sabia que eso era lo mejor.
En lo alto del acantilado, en el mirador, aquel extraño chico se desvanecía lentamente entre la niebla que había estado ocupando el lugar, pero en aquel lugar siempre quedó una frase en el viento "no intentes huir de la muerte, te encontraré allá donde vallas".


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