miércoles, 25 de julio de 2012

Una cinta de video

Entro en la habitación del sótano a las diez de la noche, preparo el proyector con la misma cinta de dos horas de duración y me siento en mi butaca de terciopelo negro. Me acerco el paquete de cigarrillos, el cenicero de cristal opaco, el mechero plateado y me enciendo uno. La pared se ilumina de gris hasta que por fin empieza el contenido de la grabación. 
"¡Papá!" Me gritas des de tu cuna azul dando golpes a los barrotes con tus manitas de porcelana. Me miras con tus dos ojos grandes y verdes brillantes de alegría. Quieres coger la cámara con tus pequeños dedos pero yo te la aparto mientras te digo que no es un juguete. Aparecen los brazos de tu madre que te sacan de tu prisión particular. Ella empieza a hacerte caras mientras tu risa resuena por la casa recién amueblada. Aún se ven cajas precintadas en el fondo, pero tú, la niña de nuestros sueños, nos tienes demasiado ocupados para encargarnos de ellas. Os miro a las dos en silencio expulsando el humo poco a poco. Te parecías tanto a ella que cuando te miraba la veía en todos tus rasgos. 
La imagen cambia. Tu primer cumpleaños. Tus rizos rubios se balancean por tu cabecita mientras das golpes a la mesa esperando el pastel. Esta vez soy yo el que te sujeta entre mis brazos. Ya no me sorprende ver que en el pasado mi rostro consiguió no tener ojeras ni esa cara de muerto en vida. Era feliz, supongo que eso influenciaba. Tu madre aparece por la puerta con un pastel de chocolate y todos tus primos se abalanzan sobre él como pequeñas fieras sin escrúpulos. Yo los aparto para que puedas soplar tu primera vela y pese a que lo intentas con todas tus fuerzas al final soy yo quien debo ayudarte. Tu madre le da la cámara a alguien y viene a abrazarse a nosotros. El flash de las fotos te da en los ojos y te pones a lloriquear, yo te seco las lágrimas y juego contigo hasta que se te pasa.
La escena vuelve a cambiar. Recuerdo perfectamente aquellas navidades en Canadá. A tus tres años ya te habías visto medio mundo a causa de mi trabajo. "Mira papá, una bici" Me dices mientras das vueltas por el pequeño salón del apartamento con un triciclo de diferentes colores. Llevas un vestido azul marino hecho por tu abuela y tus perfectos rizos rubios recogidos en una pequeña coleta. Tu madre se me acerca y me da un beso ofreciéndome una copa de cava. Mientras, tú sigues abriendo regalos. Un osito de peluche, una muñeca, un pequeño teclado etc. 
Llevo ya una hora de grabación, mis ojos ya no derraman lágrimas al ver todas aquellas imágenes pertenecientes al pasado. Están demasiado secos para ello. Abro un nuevo paquete de cigarrillos y te veo crecer a ti y envejecer a nosotros. Poco a poco te nos fuiste haciendo mayor, y con cada año que pasaba más guapa te volvías, al igual que tu madre. Suspiro. Su recuerdo me asalta feroz. Recuerdo perfectamente sus últimas palabras "Cuida de ella Marc, debes ser fuerte y cuidar de ella". El cáncer se la había llevado de mi lado como si de una flor arrancada se tratase. Y me quedé contigo, eras su viva imagen y yo no podía hacer más que llorar cada vez que te miraba a los ojos, sus ojos. 
Pero lo superamos, sí, los dos seguimos adelante y pasamos años difíciles sin ella a nuestro lado, pero lo aguantamos todo. Sin embargo el destino todavía no se había burlado lo suficiente de mi y a tus 15 años te diagnosticaron leucemia. Miro la pantalla. Sí, ese es el último vídeo. Te veo a ti, con un pañuelo en la cabeza tapando la calvicie producida por las intensas sesiones de quimioterapia, me sonríes con los labios cortados y secos, me miras sin brillo en los ojos y me dices adiós, que ya no aguantas más, que te estás muriendo y que no hay vuelta atrás. "Te quiero papá" Me dices con la voz rasgada y entonces me quedo a oscuras otra vez en la habitación.
Y des de entonces 10 largos años han pasado ya, y cada día, después de cenar, a las 10 en punto, me bajo al sótano a veros a ti y a tu madre, para recordarme que hubo un día en el que yo fui feliz y en el que lo tenía todo, pero los crueles azares del destino me quitaron las dos cosas que más quería. 

martes, 24 de julio de 2012

In my darkest hour

La noche se presenta indecisa, llena de recuerdos, de sabores grabados en mis labios, de música en mis orejas, de cigarrillos al amanecer. Salgo de mi casa, tejanos ajustados, mi cazadora favorita, el pelo me cae en los ojos, pero la verdad, es que me da igual, a estas alturas todo lo que pasa a mi alrededor no tiene ninguna importancia. El asfalto desgastado como mis zapatos es mi único acompañante, en mis oídos resuenan guitarras celestiales, mis pasos al ritmo de los golpes del batería y mi vida entera paseándose por las voces de cantantes inolvidables. 
No sé a donde me dirijo, tan solo camino para despejar mi mente de tu recuerdo punzante como hierro ardiente en mi corazón. Sí, ahora me tiendo en pie solo, quizá porque después de tantos años arrastrándome por ti al fin he comprendido que lo mejor era olvidarte. ¿O debería decir odiarte? No, eso no puedo hacerlo, el odio no me llevará a ningún sitio, todavía me quedan muchos lugares por ver, y los quiero observar des de la atalaya de la paz mental que me aporta el olvido. 
Me siento como un alma dirigiéndose a la tierra prometida, y no espero grandes riquezas al final del camino, no espero la gloria ni la fama, no espero nada más que un bálsamo para las heridas que me dejó tu orgullo. Te recuerdo lejana e inflexible, cuando sabías que sufría tú huías y aunque hubieses sabido la manera de salvarme de mi propio ser oscuro, tú, fría como el hielo de un whisky on the rocks, nunca hubieses acercado tu mano a la mía para sacarme del infierno. 
Ahora lo pienso y en mis peores momentos nadie ha estado allí para mí, la soledad de una habitación helada era mi única compañía, y la música sonando en los altavoces mi único remedio para no volverme loco. Siempre he pensado que las cosas irían a mejor si me desvaneciese entre las notas de una canción. Me paro en medio de la carretera, un mundo nuevo me espera, una nueva vida, un nuevo destino, como el ave fénix renaciendo de sus cenizas yo me voy. 
Las luces de un camión me ciegan, no siento nada, tan solo un golpe, y finalmente esa paz que tanto he ansiado. Una muerte accidental que me lleva a otra vida. 

lunes, 23 de julio de 2012

I hate everything about you

Su propia sangre corría por sus manos, trocitos de cristal que se le habían clavado en la piel como pequeñas puñaladas de dolor. El líquido rojo empezaba a caer al suelo y le manchaba las zapatillas blancas. Sin embargo no sentía nada, tan solo odio, un odio tan grande y masivo que lo desbordaba, necesitaba expulsarlo. Le volvió a dar otro puñetazo al espejo, y su reflejo se rompió en mil pedazos. Su respiración entrecortada era lo único que se oía en la estancia. Aquella habitación donde habían pasado tanto tiempo juntos.
Se arrodilló en el suelo observándose las manos ensangrentadas. ¿Qué demonios estaba haciendo con su vida? Ella le había abandonado, se había ido para siempre y sin embrago ahí seguía él, buscando su olor en las esquinas de su habitación. Se apoyó en la cama, esa en la que él solía estirarse y le acariciaba la larga melena rubia. Fijó la vista en el armario, aquel en el que guardaba la guitarra que ella le había regalado, un pequeño instrumento lleno de notas perdidas al viento, cada cuerda era un recuerdo y cada acorde que sabía un beso a escondidas. 
Tres largos años de relación y ahora se daba cuenta de que ella nunca le había amado, de que, de echo, le odiaba. Se levantó, le dio una patada a la puerta del armario rompiéndola, sacó la guitarra con violencia y la estampó contra el suelo. "¡Te odio!" gritó repetidas veces mientras la madera del instrumento se esparcía por el suelo, cada viruta era un "te quiero" que caía en el olvido. Cuando al fin se quedó simplemente con el mástil en la mano lo lanzó contra el espejo, acabándolo de romper definitivamente. Un trozo de cristal le saltó a la cara haciéndole una herida justo debajo del ojo. Lágrimas rojas, llenas de odio, rencor y dolor, de recuerdos que le asaltaban, como aquellos dos ojos azules parecidos al mar, como aquellas manos suaves que recorrían su espalda cuando no podía dormir.
Lo único que sentía es que ya no le quedaba nada, que lo había perdido todo en aquella melena rubia que había decidido irse para siempre. 

sábado, 21 de julio de 2012

Café y Nestea


Ella un café humeante, él un vaso de Nestea helado. Su mente vaga distraída, potente, imparable, hablan pausadamente, dicen lo primero que piensan:
- No, no soy dueña de nadie, tan solo sigo los cánones establecidos para que no me echen de tu castillo.- dice ella siguiendo con una broma anterior.
- ¿Castillo? ¿Qué castillo? Pues yo no soy ni noble ni rey de ningún hogar.- le responde él moviendo la mano exagerando sus palabras
- El castillo de nuestras mentes, querido, en nuestro interior aguarda un palacio.- le dice ella mirando al cielo, hasta que lo mira a los ojos con mirada inquisitiva.- ¿Pura luz? ¿Pura oscuridad? Qué más dará.
- Eso no es un simple castillo, es un mundo.- le objeta él dando un sorbo de su bebida
- Puedes llamarlo mundo, puedes llamarlo castillo o palacio, depende de las limitaciones que quieras darle a tu imaginación.- ella empieza a mover las manos, señal de que su cerebro trabaja más y más rápido para encontrar la palabra que le falta.- Yo lo llamo infinito.- dice al fin mirando a lo lejos satisfecha de su elección.- Allí donde la mente de nadie pueda llegar yo llegaré, donde las fronteras marquen el fin yo las traspasaré.- la emoción aumenta en su voz, se levanta ligeramente de la silla como si quisiera echar a volar, hasta que se calma y le da un tragito a su café.- por eso mi mente es infinita.
- Eso es solo el sueño de un iluso.- le responde él, tajante, con la mirada seria y quizá con los pies un poco más en la tierra que ella.- ¿Quién dice que cualquier cosa que pienses o hagas o dejes de pensar y hacer no lo ha hecho ya alguien?- Sus palabras la dejan pensativa, se rasca la barbilla mirando al cielo hasta que empieza a hablar otra vez.
- Nadie me lo asegura, eso es cierto.- dice poco a poco.- pero yo voy a llegar más allá, porque lo sabré, sabré cuando mi mente ha llegado al infinito cuando no distinga realidad de ficción, cuando el cielo y la tierra se junten en uno y me demuestren un mundo nuevo.- la pasión había vuelto a sus palabras y a su forma de expresarlas, tuvo que relajarse otra vez y esperar a que su amigo dijera algo.
- Mientras exista algo allí, seguirás siendo un número.- contestó él con el vaso en la mano derecha y con la izquierda señalando a su amiga.- Por eso el mejor destino es la nada.- dejó caer su mano y le dio un sorbo a su nestea como si no le quedara otra cosa que resignarse a sus propias palabras.
- La nada no existe.- dijo ella negando con la cabeza.- Porque alguien tiene que haber creado la nada y en ese momento lo que llamamos “nada” pasa a ser algo inventado y por lo tanto deja de ser nada.- sus palabras salieron de su boca poco a poco tomando forma a medida que las pronunciaba como si no estuviera segura de que serían capaces de expresar lo que tenía en la mente.
- El tiempo que pasas dormida y no sueñas, el tiempo que no sientes.- le contradijo él adelantándose un poco en su silla, como si así pudiera darle más certeza a sus argumentos.- Eso, es la nada.- concluyó con un movimiento de cabeza.
- Siempre soñamos o pensamos, la mente nunca se para.- empezó ella rebatiendo las palabras de su amigo.- siempre sentimos algo, en lo más profundo de nuestro ser, sentimos algo.- Su mirada color miel se cruzó con la suya negro azabache.- Siempre.- Repitió sin perder el contacto visual.
- Oh sí.- dijo él sarcástico.- la teoría siempre está muy bien, pero no es la práctica.
- Y en la práctica quizá no sientas nada, quizá es lo que deseas y quizá, tan solo quizá sea así.- le contestó ella sonriendo con amabilidad.- porque en el fondo querido amigo, los dos sabemos que sientes algo dentro de ti.
- No niego que sienta algo.- dijo él un tanto cabizbajo, hasta que reafirmó sus argumentos y volvió a la carga.- Pero admito que al final, solo está la nada. Aunque lo resistas en vida, lo encontrarás en la muerte.
- No sabes que hay después de la muerte.- le contestó ella en el acto.- nadie te asegura que sea la nada, nadie lo sabe y no lo confirmarás hasta que te mueras.- Concluyó ella confiando en que esta vez no podría contrarrestar sus argumentos.
- Y nadie me asegura que sea otra cosa.- siguió él reciclando lo que había dicho su amiga.- pero soy el Dios de mi propio pensamiento y de mi propia visión de la realidad, así que puedo creer que eso es lo que hay después, al igual que otro puede pensar en un campo de flores, en un espacio infinito blanco o en cualquier cosa.- Su voz había ido tomando un deje autoritario, como si quisiera darle más poder a sus palabras.
- Bueno.- le contestó ella levantando los hombros resignada.-  En eso te doy la razón mi querido amigo, nadie puede parar nuestras creencias porque por alfo son tan solo nuestras.
El hielo del Nestea se había fundido bajo el calor, en la taza tan solo quedaban los posos del café, ellos, los únicos asistentes a aquella conversación entre dos amigos. 

Basada en una conversación real. 

jueves, 19 de julio de 2012

It's like I can't stop what I'm hearing within


La oscuridad acecha a su espalda como un pequeño monstruo de cartón. Algo no va bien en su mente, ella lo sabe, es consciente de ello, siempre lo ha sido. Sin embargo, esta noche no le preocupa lo que piense la gente, no quiere saber nada de nadie. Es como si alguien la observara, pero sabe que eso no es real, que nada de lo que sus ojos le enseñan lo es. Porque des de pequeña le dijeron que los fantasmas no existían y sin embargo ella veía gente que ya no estaba en este mundo. Pero además, hablaba con ellos, tenían largas conversaciones, ella les preguntaba sobre lo que había después de la muerte y ellos le contaban historias fantásticas.
Estaba loca, lo sabía, era consciente de ello. Su paranoia la estaba dejando fuera de combate, sin fuerzas para salir de aquella habitación, ¿o debería decir de aquella cárcel? Allí estaba, sentada, inmóvil como una estatua de frío mármol. Su pelo lacio le caía en los ojos, aquellas dos cuencas carentes de expresión alguna. Su sonrisa le acababa de dar un aire de locura, esos labios mordidos mil veces, la pequeña inclinación de su boca. Todas las mentiras que antes creía ciertas se cernían en su cabeza, le hablaban al oído, le decían que no se preocupara, que ella no estaba loca, que eran los demás los que lo estaban.
Pero una parte de ella misma sabía que eso no era así, sabía que cuando el sol se ocultaba detrás de los edificios y la noche caía en la ciudad nada de lo que veía era cierto. Su sombra nunca se movía por si sola, detrás suyo nunca había nadie, no existían los fantasmas, ni los duendes ni los monstruos que se escondían detrás de las esquinas, nada de eso era real, sin embargo, lo parecía.
Sacudió la cabeza. Las voces no se callaban. Se llevó las manos a la cabeza y grito tanto como pudo. Les pedía que se callaran, que la dejasen en paz de una maldita vez, pero sus esfuerzos eran en vano, ellos gritaban más que ella y la encarcelaban en su propia mente. Se levantó de la silla, asustada, se sentía pequeña y sola. Empezó a darse golpes contra la pared. Quería reventarse la cabeza y dejar salir a esas voces. La violencia con la que se tiraba por las esquinas alertó a las enfermeras que consiguieron sujetarla y le clavaron una jeringuilla en el antebrazo. Pronto la chica se calmó y calló en un sueño profundo pero las voces, no, ellas nunca descansan y le seguían hablando en voz baja incluso en sueños. 



martes, 17 de julio de 2012

I'm the only one and I walk alone

El asfalto le quema la planta de los pies carente de cualquier tipo de protección, pero a ella no le importa. Camina por la superficie gris lentamente, dando un paso tras otro, pequeñas zancadas que parecen llevarla a los confines del mundo. Su vestido blanco se ha roto, ella que parecía la princesa de un cuento de hadas, ahora es un simple despojo. La tela hecha jirones a penas le cubre la mitad del cuerpo, sus piernas blancas como la leche empiezan a llenarse de arañazos hechos por ella misma en unos instantes de imparable locura. La oscuridad la envuelve y la guía, precisa y fantasmal hacía su esperado final. El asfalto cambia, ahora camina sobre una superficie arenosa llena de piedrecitas que se le clavan en los pies. Pero no le importa, es más, lo disfruta. Siente el dolor, le gusta y lo eleva mil veces para sentirse viva. En su mano derecha una botella de whisky se balancea casi vacía. "Alcohol para las heridas" le decía siempre su madre cuando era una cría. Le dio un largo trago y se río de si misma, de lo patética y estúpida que había sido durante tantos años. 
Llegó a su destino, el puente del callado. se acercó al borde y dejó que las luces de los coches la deslumbrasen. El viento le removió su sedosa cabellera rubia, sus ojos empezaron a derramar oscuras lágrimas producidas por las cantidades industriales de rimel y lápiz de ojos que se había puesto aquella noche. "Si mi madre me viera tan solo me diría que deje de llorar, que se me está corriendo todo el maquillaje" pensó la chica sonriendo irónicamente. Apuró la botella y la tiró al suelo rebentándola y haciendo que pequeñas partículas de vidrio se le clavaran en su fina piel. Que a gusto se sentía con el dolor, como le gustaba sentir la sangre corriendo por su piel. Miró al cielo "Muere joven y deja un bonito cadáver" se dijo a si misma reproduciendo una frase que había leído vete a saber donde. 
Se subió a la baranda que rodeaba el puente y saltó hacía los coches. Un camión se llevó su cuerpo por delante, la dejó inconsciente y en pocos minutos la chica murió, sin despedirse de nadie, sin decir un porque, se fue para no volver y con el tiempo, todos la olvidaron, todo lo que quedó de ella fue una urna olvidada en un viejo armario de madera carcomida. 

domingo, 15 de julio de 2012

If I lay here


Apoyó la espalda contra la pared y se deslizó hacia abajo como si ella misma fuese una simple gota de agua cayendo poco a poco. Sintió el suelo frío bajo sus manos agrietadas, rodeó sus rodillas con los brazos intentando no romperse en mil pedazos, acurrucó la cabeza entre las mangas de su sudadera negra y empezó a llorar.
Al principio tan solo fueron un par de lágrimas que bajaron por sus mejillas lentamente y acabaron en la comisura de sus labios, dejando aquel característico gusto salado. Pero a medida que su cabeza le daba vueltas a todo, notó como le costaba respirar, como poco a poco sus ojos derramaban más y más lágrimas. Llegó un momento en que creía que se iba a ahogar, levantó la cabeza y miró al cielo.
A penas podía distinguir las estrellas que se juntaban en la oscuridad, a penas recordaba cómo había llegado hasta aquella terraza,  tan solo sabía que quería quedarse allí, no moverse nunca dejar que con el tiempo todos la olvidaran, dejar que el viento se la llevase y la convirtiese en simple polvo. Unos pasos a su espalda hicieron que corriera a enjuagarse las lágrimas.
A su lado se sentó su amiga, la miró preocupada analizando aquellos ojos enrojecidos, los pequeños surcos que las lágrimas habían dejado en sus mejillas, el pelo revuelto que le daba un ligero toque enloquecido. No dijo nada, tan solo la abrazó con todas sus fuerzas y sintió como ella sollozaba en su hombro intentando hacer el menor ruido posible.
- Si me quedara aquí sentada, si simplemente me quedara aquí para siempre.- empezó a decir la chica separándose de su amiga y mirándola a los ojos.- ¿Te quedarías aquí conmigo?
- Sabes que sí.- le dijo ella sonriéndole
- Tan solo necesitaba oír eso.- respondió la chica devolviéndole la sonrisa y secándose los últimos rastros de aquellas pequeñas lágrimas. 

If I lay here, If I just lay here, would you lie with me and just forget the world?

All that I am, All that I ever was, is here in your perfect eyes, they're all I can see. 


martes, 3 de julio de 2012

20 cosas que hacer antes de morir: 1. Publicar un libro


“La última palabra” pensó mientras se leía la frase que acababa de terminar. “La última palabra tiene que ser perfecta e inolvidable”. Se quedó mirando la pantalla del ordenador con la cara marcada por el cansancio en unas interminables ojeras. Siempre había creído que la última y la primera palabra de una historia debían ser lo más llamativas posibles. Quizá al empezar, podía dejar el margen de una frase, incluso un párrafo, pero si el principio de un libro no le gustaba lo dejaba de lado y empezaba otro. Basándose en eso Laura intentaba que todas sus historias tuvieran un buen comienzo. Una frase que dejara al lector con la intriga, o que simplemente, fuese tan rematadamente buena que fuera imposible no seguir leyendo.
Sin embargo ahora se encontraba atascada mirando aquella última página de su primera novela. Había tardado meses en perfeccionarla, en cubrir cada pequeño detalle, cada cuerda que debía ser ligada a otra. De buen principio pensó que sería fácil, que aquello tan solo era como escribir uno de sus relatos cortos, sin embargo, la complejidad de unir todos aquellos personajes, los acontecimientos y cada una de las palabras se le presentó como un nuevo reto. Volvió a leer las últimas palabras. Había algo que no le convencía. De repente en su cabeza apareció la respuesta, escribió la nueva frase y la leyó en voz alta con voz pausada: “Y entre el tormento de su propio pasado y el susurro de las voces del presente, cogió su inseparable pistola se apuntó a la sien y disparó”.
Sonrió para sus adentros. Matar al protagonista no entraba en sus planes, al menos al principio, sin embargo a medida que escribía se dio cuenta de que era absolutamente necesario. Oyó pasos a su espalda y se encontró con su compañera de piso. “¿La has acabado?” le preguntó impaciente. Ella asintió orgullosa y le dejó leer el final. “Eres una sádica, mira que matarlo”. Laura rió y le dijo que se veía a venir. Apagó el ordenador y se fue a dormir dispuesta a llevar el manuscrito a la editorial, confiando en que su trabajo sería gratamente recompensado.
A las 10:30 de la mañana el manuscrito corría por la editorial de mano en mano, siendo leído y revisado mil veces hasta que al fin, empezaron las copias. En pocas semanas los primeros 500 ejemplares habían sido colocados en distintas librerías. Laura paseaba por la calle y veía como en un rinconcito de algún escaparate se podía ver su libro de tapas negras y aquellas pequeñas letras en blanco. No podía hacer más que sonreír. “Este es el principio de un gran final” pensó para sus adentros mientras volvía a concentrarse en las primeras palabras de una nueva novela.