- Un año, quizá dos, no lo sé.- dijo la chica de oscuros cabellos mirando al cielo
- Pero no lo entiendo.- le respondió su amiga situada a su lado.- ¿Porque te vas?
- Para que me olvidéis.- dijo ella, esta vez bajando la vista hacía al suelo, consciente de que aquella huida desesperada era lo más cobarde que había hecho en su vida.- para no volver nunca y dejar de haceros daño.
- Laura, tú no nos...- intentó replicar su amiga, pero la chica la cortó levantándose enfurecida con los ojos anegados en lágrimas
- ¡Si que lo hago! Tú no sabes lo que es ver en las caras de aquellos que te quieren la impotencia y el dolor, no sabes lo que es veros a todos sufrir por mi.- la rabia del momento pasó como una hoja al viento y Laura cayó de rodillas sin fuerzas, con el largo flequillo negro tapándole el rostro, aún así su amiga podía oír perfectamente su llanto.- no puedo soportar haceros daño, no puedo permitírmelo.
La chica se acercó a Laura poco a poco y la abrazó con fuerza dejando que las lágrimas de su amiga le mancharan la sudadera azul que llevaba puesta. No sabía que hacer, porque en el fondo ella tenía razón, la impotencia la carcomía por dentro.
- Lo siento.- dijo Laura, ahora más calmada.- no debería haberte gritado.
- No pasa nada.- dijo su amiga intentando sonreír, pero la tristeza que veía en los ojos de su amiga le rompía el corazón en dos.
Al final, la noche se les echó encima, haciendo que las dos chicas se fueran a sus respectivas casas, pero aquella noche Laura cogió una mochila que llevaba tiempo preparada en su armario con un poco de ropa, todo el dinero que tenía y el único recuerdo que pensaba llevarse: un pequeño colgante de un fénix.
Nadie la volvió a ver nunca.
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