Estoy en manos del destino y no puedo hacer nada para remediarlo.
Muchas veces esto me ha llevado por la senda del dolor, la desesperanza, el
miedo y la angustia. Lo he maldecido mi mil y una veces, he llorado a
medianoche por el camino que me había tocado. Pero a la vez me odiaba a mi
misma por no ser capaz de apreciar las cosas buenas de mi vida, porque a veces
puedes convertirte adicto a ciertos tipos de tristeza. Sé que no debería
quejarme, sé que en verdad debería ser feliz, sé que debería sonreír, pero a
veces simplemente no puedo.
Sin embargo hoy no vengo a contaros mis penas, hoy vengo a hablaros de
cuando el destino ha sido bueno conmigo. El destino me ha hecho conocer
personas inolvidables, personas que no merezco. Y siempre le doy las gracias a
la vida por traerme estas pequeñas perlas que son mi mayor tesoro, el poco
sentido que tiene mi existencia se lo dan ellos, por ellos vivo y por ellos
moriría mil veces.
Pero tampoco vengo a hablaros de todos en general, vengo a hablaros de
una nueva perla que poco a poco se ha instalado en mi corazón, no sé muy bien
porque. Pensar que todo empezó quejándonos de la gente que llevaba pantalones
cortos en invierno es una de las cosas que más gracia me hacen. Pero lo mejor
de todo es que a medida que hablábamos nos dimos cuenta de lo parecidas que éramos,
compartimos gustos, pensamientos, maneras de ser. Sin embargo tampoco es eso lo
que la hace especial. Me escucha, y eso pocos lo hacen, y menos a mí, le puedo
explicar cualquier cosa que siempre me escuchará, hasta la más estúpida chorrada,
se reirá conmigo. Eso es lo que la hace irrepetible.
El destino me ha fallado pero hoy le doy las gracias por haber hecho
que la conozca.
Laia