La lluvia caía en la calle poco a poco, no era abundante, pero su persistencia acababa por dejarlo todo chorreando. Sin embargo, eso no parecía importarle a una chica de cabellos castaños, tan oscuros que parecían negros. Caminaba despacio protegida con una simple sudadera y la capucha por encima como único intento de refugiarse de la lluvia. La cabeza gacha y las manos en los bolsillos de los tejanos, ella seguía avanzando sin aparente rumbo.
Se paró delante de un paso de cebra y esperó a que el semáforo se pusiera en verde. Un coche, demasiado pegado a la acera, pasó por encima de un gran charco, mojándolo todo a su paso, incluyendo a la chica. Sin embargo ella no se inmutó, no hizo ningún gesto, nada que hiciese parecer que le importaba lo que pasaba a su alrededor. Estaba vacía, le habían arrancado algo demasiado importante. Siguió avanzando poco a poco, levantó la vista frente a un edificio pequeño pero relativamente nuevo. Aquellos grandes ojos marrones lo observaron, pero en ellos no se apreciaba vida alguna.
Entró por la puerta principal sacando una llave, subió por las escaleras hasta la segunda planta y allí, frente a la puerta de uno de los pisos, se encontró su nombre en un sobre de papel pegado en la madera. Lo arrancó y empezó a abrirlo con cuidado. Sin duda, aquella era su letra, pequeña, clara pero un tanto desordenada, con formas cambiantes. Empezó a leer aquel papel que tenía entre las manos.
"Supongo, que cuando leas esto ya no estaré aquí. También supongo que si has llegado hasta esta puerta es porque has encontrado las llaves que dejé en tu cajón. Hacía días que sabía que me iba a morir, pero no podía hacerlo sin antes despedirme de ti. Abre la puerta."
La chica cogió la otra llave que se había encontrado en el cajón de su mesita de noche ligada con una simple nota con la dirección del piso. La puso en la cerradura poco a poco, le dio la vuelta y oyó un pequeño "clac". La puerta cedió y se abrió despacio, dejando ver un piso desamueblado envuelto en la penumbra. La chica siguió leyendo la carta.
"Abre la primera ventana que te encuentres, tan solo tienes que avanzar todo recto."
Caminó poco a poco por miedo a tropezarse con algo, sin embargo parecía que en aquel piso no había nada. Encontró la ventana y la abrió, dejando que el aire frío de aquella tarde de invierno penetrara su piel. La luz mortecina que dejaban pasar las nubes iluminó la estancia en la que se encontraba, y además, en el suelo, vio una pulsera echa de bolitas multicolores que brillaban a la luz del sol. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos, pero hizo un esfuerzo por seguir leyendo.
"Sí, ahí está, nuestra pulsera. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Fue en tu pueblo, yo fui hasta allí porque a ti no te dejaban venir a Barcelona. Recuerdo mis nervios como si fuera ayer. Las ganas que tenía de darte todos aquellos abrazos que te había prometido. En el fondo lo que quería era comprobar que eras real, que aquellas conversaciones hasta altas horas de la madrugada no eran simples sueños. A tu izquierda encontrarás un armario, ábrelo."
La chica se giró hacía dónde le decía la carta y, efectivamente, allí había un armario de madera en el que no se había fijado antes. Se dirigió hacia él y lo abrió poco a poco. Dentro había una camiseta negra, la cogió poco a poco y se sorprendió al sentir que todavía conservaba el característico olor a tabaco marca Winston.
"Sé que fue un regalo, pero prefiero que la tengas tú. Creo que aquel concierto de Linkin Park fue lo mejor de mi vida. Verlos en directo fue apoteósico, pero si no te hubiera tenido a mi lado no hubiese sido ni la mitad de bueno. Recuerdo con claridad como cantamos absolutamente todas las canciones, pero sobre todo recuerdo tu cara cuando Chester se quitó la camiseta, casi muero de la risa. Ahora abre la puerta que encontrarás a tu derecha, no abras la luz."
La chica sonrió entre lágrimas. Todos aquellos recuerdos, todo lo que habían vivido, no podía ser que ahora ya no pudiesen seguir adelante como siempre habían hecho. Se dirigió a la puerta que le indicaba la carta y la abrió poco a poco. La luz a penas la iluminaba y no conseguía ver qué había en su interior. Cuando pensaba buscar una ventana que abrir para iluminar la estancia, un pequeño morro negro se asomó por la puerta. La chica dio tres pasos atrás entre asustada y curiosa. El morro iba acompañado de una pequeña cabeza alargada, y esta de un cuerpecito rechoncho de pelo raso también negro. Un cerdo vietnamita salió de la habitación y se quedó mirando a la chica, que cayó de rodillas en el suelo incapaz de aguantarse las lágrimas. Lloró largo rato hasta que el cerdito le golpeó el brazo con el morro suavemente y señaló la carta como si la reconociese.
"Te presento a tu nueva mascota. Sé que querías que fuese macho, pero pese a que moví cielo y tierra tan solo encontraba hembras, así que aquí tienes a tu cerdita vietnamita. No tiene nombre, pero responde cuando la llamas "cerdita", sí, lo sé, podría haberle buscado yo misma un nombre ingenioso, pero prefiero que se lo pongas tú."
La chica se quedó mirando al pequeño animal que se había refugiado en sus piernas, le acarició la prominente barriga y sonrió al ver su cara de gusto.
- Laura.- dijo en un susurro.- te llamaré Laura, como ella.
Quizá fue su imaginación, pero le pareció ver como la cerdita asentía suavemente con su pequeña cabeza, como si estuviera de acuerdo con su elección. Tan solo quedaba un último párrafo por leer.
"Ya solo me queda una última cosa por darte. Este piso es tuyo. Iba a ser de las dos, pero el destino no lo quiso. Está todo a tu nombre, habla con tus padres, ellos te lo acabarán de contar todo. Sé que nos quedaban cosas por hacer, sé que te prometí que las haríamos, y sigo cumpliendo mi promesa. Estaré siempre contigo, vayas donde vayas, te vigilaré y cuidaré como siempre he hecho des de que nos conocimos. Si tú no me olvidas yo seguiré viviendo en ti. Cuídate pequeña, y cuida de la cerdita, sé que te hará compañía. Te quiero."
La ventana se cerró de golpe y la penumbra envolvió la habitación. La chica se quedó allí parada, incapaz de contener sus sollozos, sin embargo, notaba algo a su espalda. Se giró asustada pero no vio nada. Acarició a la cerdita y miró al frente. Allí no había nadie más que ella y su nueva mascota. Se levantó dispuesta a irse, pero notó como una pequeña brisa le removía los cabellos. Por un momento pensó que se estaba volviendo loca, sin embargo, decidió dejarse llevar por aquella locura. Se giró poco a poco y la vio, apoyada contra la pared sonriendo con su pelo castaño claro alborotado y unas enormes alas blancas en su espalda. La chica se acercó poco a poco, pero ella negó con la cabeza y avanzó unos pasos. Acercó su mano a la de la chica para demostrarle que no podía tocarla, sino que su cuerpo estaba hecho de algo completamente etéreo.
Ella se acercó a su oído, y en lo que parecía una mezcla entre el ruido del viento, el de las olas contra las rocas y el susurrar de los bosques, la chica pudo entender perfectamente tres palabras: "Vive por mi".