martes, 7 de enero de 2014

Recuerdos en un papel

- ¿Qué miras? - Me dijo mientras se acercaba adonde yo, sin darme cuenta de que la luz de la tarde se había esfumado, leía un trozo de papel arrugado y viejo, con una de las esquinas rota. A mi alrededor, retazos de papeles, fotografías, carpetas y álbumes se amontonaban sin orden ni concierto. Mis recuerdos, o al menos aquellos de los que tenía la suerte de conservar algo, se amontonaban a izquierda y derecha de mi yo actual, que los había estado leyendo o mirando durante aquella tarde. 
- Nada.- Intenté tapar toda la amalgama de cosas que tenía en el suelo, pero me fue imposible esconderlo todo. Con agilidad, me arrancó la hoja que estaba leyendo, le echó una ojeada y me miró con esa sonrisa que derretía todo mi ser. 
- ¿Qué haces leyendo esto?- Parecía divertida, y empezó a agacharse para sentarse a mi lado. Yo me puse tensa, pero ella no notó nada.- Sabía que habías guardado alguna cosilla, ¿pero tantas? - Se dispuso a coger una entrada de cine, una de la de montones que había esparcidas. Yo le di un ligero golpe, haciendo que se le cayera. Me miró sin comprender. 
- No quiero que cotillees mis cosas.- Le dije, incapaz de aguantar aquel par de ojos verdes que, con los años, se habían hecho aún más luminosos si es que eso era posible. Tragué saliva nerviosa y empecé a recoger papeles. 
- ¿Por qué no puedo leerlo? - Inquirió indignada .- Al fin y al cabo, también son cosas mías.- Suspiré y la volví a mirar. ¿Como era posible que la combinación de su sonrisa y esa mirada cargada de amor pudieran derrumbar mis defensas tan fácilmente? Era incapaz de resistirme, incapaz de combatir contra ella. Lo supe desde el principio, pero me seguía sorprendiendo ahora, después de tantísimo tiempo perdiéndome en el mar de tranquilidad donde me transportaban sus caricias. Me acerqué a ella y enredé mi pierna con la suya, y le quité de las manos la hoja que me había robado de las manos.
- Es la primera carta que me escribiste, ¿recuerdas? - Le sonreí, leyéndola a la vez que ella. Recordaba perfectamente mi reacción al leer aquellas palabras entonces y, aunque los años habían pasado y las cosas habían cambiado, lo que me hacía sentir, jamás cambiaría. Quizá cuando leía aquella carta años atrás, pensaba que eso era pasajero, que el amor era un cuento para aquellos que le tenían miedo a la soledad. Pero la vida me había demostrado que no, que por más que yo intentara racionalizar algo tan poco razonable como amar a otra persona, ella se encargaba de buscar palabras para describir lo que las dos estábamos sintiendo a la vez. 
- Era demasiado moñas... - Murmuro, tocándose el pelo con timidez.
- Lo sigues siendo ahora, cariño.- La abracé y dejé que ella me rodeara con sus brazos.- Aunque ese texto tiene algo especial.
- Ese texto solo tiene miedo, no es nada especial.- Notaba ese deje de asco en su voz que ponía cuando despreciaba algo suyo, algo que había salido de ella misma. Me giré, la fulminé con la mirada y le tiré el papel con la carta en la cara. - Eres estúpida.
- ¿Ves? Eso sí que no ha cambiado.- Soltó una carcajada y se abalanzó sobre mí para robarme un beso. Dejé que nuestros labios jugasen mientras los recuerdos de media vida juntas se desordenaban por el suelo de nuestro salón.  

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