Quería aquel muñeco y lo quería ahora. Pero sus pequeños brazos de bebé no le permitían llegar hasta él. Alex empezó a llorar intentando reclamar la atención de su madre, sin embargo, ella estaba hablando por teléfono y no lo escuchó. O no quiso escucharle. El niño dejó de llorar, pero siguió intentando llegar hasta el muñeco, situado encima de la mesa del salón. Intentó ponerse de pie, pero sus piernas no le aguantaban aún. Resignado, Alex se sentó otra vez cómodamente en el suelo, pero siguió mirando el muñeco, como si con el poder de su mirada pudiese acercarlo hasta él.
De repente, el muñeco cayó de la mesa sin que nadie lo hubiese tocado. Alex se giró curioso. Primero vio su juguete en el suelo cuando antes estaba en la mesita. Luego levantó la cabeza, y sentado en el sofá había un chico que le sonreía. El bebé le devolvió la sonrisa y se acercó con cuidado al muñeco. Empezó a jugar con él, pero ya no le interesaba, prefería mirar a aquel chico tan grande que lo observaba. Se acercó a él con la intención de jugar, pero no estaba mucho por la labor. La madre de Alex apareció por la puerta y el chico se levantó del sofá con cuidado, alejándose poco a poco. El bebé empezó a llorar, pues no quería que él se fuera de su lado.
Sin embargo, día tras día, Alex recibía la visita de aquel chico. Cada vez que aparecía lo recibía con una estruendosa risotada. Sus padres se alegraban al ver a su hijo tan contento, y no le daban mucha importancia a aquellas repentinas muestras de felicidad. Los años fueron pasando y el pequeño Alex aprendió a hablar. Cuando su soltura con las palabras empezó a ser aceptable intentó comunicarle a su madre la presencia de aquel chico. Sin embargo no supo como decirlo y ella le dio la razón como a los locos.
Una tarde, cuando Alex tenía tres años, se encontraba en su habitación jugando con el chico. Él pensaba que era mágico, y por eso solo él podía verle. Nunca se había atrevido a hablar con aquella aparición, pero tenía la imperiosa necesidad de preguntarle su nombre. El chico le sonrió, como si hubiese podido leerle los pensamientos. Una voz grave pero suave a la vez resonó en su cabeza "mi nombre es Marc". Alex asintió y se esforzó en pensar otra cosa, para asegurarse de que su amigo de verdad podía oír sus elucubraciones. "Sí Alex, puedo saber lo que piensas en cada momento, así no hace falta que hables en voz alta conmigo, ¿lo entiendes?" el niño asintió con una sonrisa y siguió jugando.
Marc, aquella aparición que acompañaba a Alex a todos lados, pasó de ser un compañero de juegos a un protector en el colegio, pasando por un gran amigo y consejero. Con los años, Alex se preguntó si estaba loco, pues nadie excepto él podía ver aquel chico. A medida que iba creciendo se daba cuenta de las similitudes físicas que tenían los dos y una teoría empezó a formarse en su cabeza. Aún así, prefería no preguntarse demasiadas cosas sobre ese asunto y disfrutar de su compañía.
Había ciertas peculiaridades de Marc que Alex no soportaba. Por ejemplo, su incorporeidad. Él era la única persona que le había visto llorar, pero pese a ello nunca le pudo dar un abrazo sincero para calmar su llanto. Algunas veces Alex dejaba que su amigo lo poseyera para así poder volver a sentirse vivo. Era una sensación un tanto extraña, pues seguía sintiéndose él mismo pero era incapaz de controlar su cuerpo. Aunque realmente no le gustaba mucho, dejaba que lo hiciera porque era su amigo, el único amigo verdadero que tenía.
La madre de Alex, preocupada por la actitud solitaria de su hijo, decidió llevarlo al psicólogo. El chico fue sin rechistar y con cinco sesiones demostró a aquel hombre de larga barba que él estaba perfectamente cuerdo. Aún así, su madre insistía en que saliese más a la calle, que hiciese algún amigo, que, en definitiva, se comportara como un adolescente de su edad.
Pero Alex siguió viviendo la vida rodeado de libros, videojuegos, y música, sobre todo mucha música. Llegó el día de su decimoctavo cumpleaños. Aquella mañana Marc le pidió que salieran a la calle, y así lo hicieron. Caminaron lentamente hasta la carretera que salía del pueblo. Alex se sentó en una roca que tenía la forma perfecta para que él estuviera cómodo. Su amigo se puso delante suyo y lo miró fijamente. Su parecido era realmente considerable por aquellas alturas.
"Alex, ahora que ya tienes los 18 años, creo que es momento de que me vaya" resonó la voz de Marc en su cabeza.
- ¡¿Porque?!- exclamó Alex sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta "No quiero que te vayas, eres mi único amigo"
"Ya no me necesitas, has crecido, ahora debes valerte por ti mismo, mi función en este mundo ha finalizado"
"No estoy preparado" pensó Alex intentando que las lágrimas no salieran de sus ojos.
"Sí que lo estás, eres fuerte. No me queda mucho tiempo, y me gustaría decirte una cosa antes de irme" Los dos se quedaron mirándose el uno al otro, curiosamente, por las mejillas de Marc bajaban dos pequeñas lágrimas brillantes que no dejaron rastro alguno al caer al suelo. "Creo que ya lo sabes, pero yo soy el fantasma de tu hermano mayor"
"Lo sospechaba" pensó Alex "¿como moriste?" preguntó, aunque le daba un poco de miedo saberlo.
"Justo aquí delante, tuve un accidente con mi moto" El brazo de Marc señalaba la curva de la carretera del pueblo, cerrada y traicionera, culpable de muchísimas muertes.
De repente, la figura de Marc, ya de por si bastante transparente, empezó a desvanecerse con la ligera brisa que por allí corría. Alargó la mano que a penas se podía distinguir y la pasó por la mejilla de Alex, que lo único que sintió fue un tacto frío como el hielo. Llegó un momento en que ya no pudo volver a ver a su hermano y las lágrimas empezaron a caer inevitablemente. Se fue a casa otra vez, pasó días enteros cerrado en su habitación sin querer salir. De repente Alex se levantó de su cama, fue a la habitación de sus padres y rebuscó entre los cajones hasta que la encontró. Una foto de Marc cuando tenía seis años, subido en una moto de juguete. Sonrío intentando no llorar.
- Viviré lo que tú no has podido vivir hermanito.- susurró mientras sacaba la foto del marco y se la guardaba en el bolsillos de sus tejanos.