Ni me miras ni respiras, ni juegas ni sonríes, ni te pierdes ni te encuentras, ni saludas ni te vas. Agitada y combulsa, calmada pero azotada por el viento de un terrible pensamiento. Amargura o soledad, ya no sabes distingirlas. Descabellados y oscuros sueños que viajan de mente en mente intentando no ser sorprendidos por sus dueños. Y tú, escondida en una cárcel de cristal, me miras mal mientras intento acercarme. Persiguiendo metáforas, anhelos, lunas y flores por un mar que parece desierto, me pierdo entre el sabor de tus labios vetados para mí. Corriendo sin rumbo por un camino que me deja la suela de los pies ensangrentada, pero no me importa, porque al final, me esperas tú.
Mis pupilas te buscan y mi mente se vuelve loca buscando la última vez en la que me dejaste amarte sin reservas. En una esquina de mi portal personal se encuentra mi amor, esperando para picar a tu puerta, muriéndose de frío por las oscuras calles. Quizá haya llegado el momento de tumbarse a descansar, de dejar de llorar, de vivir y callar, o puede que tan solo necesita hundirme un poco más. Porque cuanto más bajo estoy más claro lo veo todo, y lo que quiero es volver a vivir en nuestra nube, alimentándonos del aire, viviendo de la nada y del todo, de lo oscuro y lo claro que habita en duerme vela en nuestros corazones, encandilados por algo tan misterioso y etéreo como lo es el amor.
Y quizá, en un arrebato de locura contenida, piense que puedo volar, y quizá en un ataque de sobriedad decida que ya basta, que ya basta de todo, porque en la nada me pierdo y en la inmensidad de la vida me agobio y me estreso y huyo muy lejos porque no me quiero enfrentar a nada ni a nadie. Dormir, eso es lo que necesito, dormir. Pero dormir en tus brazos, porque sino dormir pasa de ser necesario a no valer la pena. Y esconderme en tu pelo, en tus brazos que me protegen de el mayor enemigo que he tenido y jamás voy a tener: Yo misma.
No intentes encontrarle el sentido a algo que no lo tiene.